// Juego de secretos // [Lumine/Amber, Albedo/Sacarosa y más] [Capítulo 17]

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    16. Incompatibles (parte I)




    —¡Bienvenidos a Liyue! Me alegra que aceptarais mi invitación. Soy Ninguang, de las Siete Estrellas de Liyue, y seré vuestra anfitriona. Mi administradora y buena amiga Ganyu, quien os ha traído ante mí, os hará un pequeño tour por el edificio…

    El discurso de Ninguang no fue muy largo, pero al grupo les pareció eterno. Se notaba la tensión en el ambiente. Sacarosa quería tomar de la mano a Albedo, pero intentaba mantener las formas. El alquimista estaba aún más pétreo que de costumbre y miraba con desinterés a la Estrella; en realidad estaba muy alerta a sus movimientos. Lumine intentaba transmitir una expresión parecida, pero no sabía ocultar sus emociones tan bien. Además, el hecho de que Paimon flotara a su lado, bamboleándose dentro y fuera de su campo de visión, la distraía un poco. Ese bailotear en el aire significaba que su amiga tenía hambre o estaba nerviosa. O ambos.

    Ganyu había sido mucho menos elegante y dedicada al discurso que su jefa. Les había saludado con parsimonia y educación primero, y luego había hablado como a las amigas que eran a Paimon y Lumine, contando que su llegada era muy esperada y que llegaban a tiempo para unos mercados de textiles especiales en Liyue.

    En cuanto la semiadeptus cruzó las puertas que llevaban a la estancia principal del edificio, se calló y quedaron todos dispuestos ante Ninguang. Ella no había dado un solo paso hacia delante ni tampoco lanzado señal alguna hacia los dos alquimistas. Lumine pensó que Lisa había exagerado con su proposición, y más cuando la mandataria llamó a la viajera, sin Paimon, a su despacho.

    —Podéis esperar aquí o empezar a ver el edificio con Ganyu, lo que queráis —dijo, antes de encerrarse con Lumine.

    Sacarosa fue la primera en contestar a Ganyu.

    —Preferimos esperar aquí a nuestra amiga y saber dónde se alojará.
    —Lo suponíamos —contestó ella, con una sonrisa—. ¿Cómo se encuentra?
    —No muy bien, estamos preocupados. Ha estado distraída durante el viaje, pero desde que ha pisado la ciudad está… —Sacarosa hizo aspavientos como para encontrar la palabra.
    —Arisca. Ha hablado muy poco —terminó Albedo, y su pareja hizo un ademán para transmitir que era lo que quería decir—. Debo reconocer que nosotros dos hemos estado algo distraídos con ella…
    —¡Ganyu, Albedo y Sacarosa están saliendo juntos! ¡Son monísimos!
    —¡Paimon! —chilló la alquimista, avergonzada.

    Ganyu rio con ligereza y les dio la enhorabuena.

    —Liyue es una ciudad con muchos lugares románticos, os recomiendo pasear al atardecer por la calle de los gremios, o subir a las terrazas del barrio financiero. Son muy agradables.
    —G-gracias —asintió Sacarosa. Albedo la tomó de la mano, sonriendo un poco, y ambos se relajaron.

    Pero luego miraron hacia la puerta corredera cerrada, donde estarían hablando Lumine y Ninguang, y el momento dulce se esfumó.

    * * *



    La persona que tenía delante no era exactamente la misma Lumine que había partido días atrás a Mondstadt. Parecía más decidida y también parecía cargar con más a sus espaldas.

    No se le ocurrían muchos motivos a Ningguang por los que hubiera vuelto después de varias semanas: su hermano, su total prioridad; sus amigos que la acompañaban, que rezumaban amor y cariño por todos lados; o una decepción allá donde hubiera querido encontrar alegría.

    —Bien, Lumine, creo que empezaremos tus enseñanzas con una advertencia.
    —Adelante —dijo ella, decidida. La joven mostró cierto asombro al recibir la primera lección aquí y ahora.
    —Has venido acompañada de dos personas que podrían nublarte el juicio durante tu estancia aquí.
    —Sacarosa y Albedo son buenas personas y buenos amigos —protestó, sin alzar el tono.
    —No lo niego —contestó. Aunque en el fondo creía que Albedo tenía algo muy bien escondido en su interior. Aún no estaba interesada en ello—. Pero están enamorados, ya me he dado cuenta. Y te voy a decir algo que quizás te moleste: el poder y el amor no casan bien. Cuando se encuentran, uno está destinado a vencer al otro irremediablemente, y eso puede destruir a una persona, a hacer que abandone todos sus propósitos. El amor es un impedimento fuerte para tu aprendizaje.

    Lumine endureció su rostro, mirando a otro lado por un segundo. Su turbulenta mirada le dijo a la Estrella que tenía razón: Lumine también estaba enamorada y no estaba le yendo bien. Aunque no intervendría activamente en ello, era una situación ideal para Ganyu, podría conseguir lo que su amiga deseaba de la viajera.

    No era ético, pero ¿qué lo era en el entorno de Ningguang?

    —Vas a tener que separar tus sentimientos de mis enseñanzas —siguió, habiendo esperado un instante—. Es más, aprenderás a hacerlo. Si funciona como debe, encontrarás más respuestas de las que estás esperando presentándote ante mí.

    Ah, la tentación… La mirada de Lumine despidió un brillo nuevo, aunque trató de esconderlo. Era tan sencillo como dejar un rastro tentador de migas de pan para guiarla hasta donde ella quisiera. Ninguang sabía ya de antemano lo bien que funcionaba ese truco. Desmoraliza a una persona y luego dale un camino que seguir y será tuyo durante el tiempo en el que se lo crea.

    —¿Cuánto va a durar esto? —preguntó la viajera.
    —Lo necesario. Quizás aprendas en dos semanas, quizás en dos años. Pero me figuro que tú tardarás poco. Sabes lo que te conviene.

    Lumine se había fijado en las personas que deambulaban calculadamente por el edificio, todas asistiendo a Ninguang o a sus compañeros: desde el que se dedicaba a ordenar el papeleo hasta el que ayudaba a escoger el vestuario de la Estrella. Se preguntaba qué clase de aprendizaje habían recibido esas personas para llegar hasta allí y cuán exigente habría sido o sería Ninguang con ellos. Sus rostros siempre parecían apurados y estresados.

    —Está bien. ¿Qué hay que hacer?
    —Hoy os alojaremos a todos en mi mansión. Bueno, en realidad es de las siete Estrellas de Liyue, pero el resto la frecuentan muy poco. Y hay espacio para tus amigos y los asistentes necesarios. ¡Será divertido tener invitados después de tanto tiempo! —Lumine no reaccionó a su alegría—. Pero tú y yo pasaremos tiempo también en el Pabellón Yuehai y en algunos locales de Liyue. Mañana a mediodía tenemos una reunión con los diplomáticos de Snezhnaya, habrá que ser formales. ¿Preparada?
    —Para lo que sea. —Aunque su rostro era apurado.
    —No te preocupes, será breve y no tendrás que hablar mucho. Y lucirás vestido nuevo.

    * * *



    Sacarosa no se había sentido especialmente impactada por la presencia de Ninguang. Había oído a hablar de ella, pero hasta ahora parecía un personaje político más, como Jean, o los fatui del Goth Grand Hotel, por ejemplo. Y sí, se habían puesto todos tensos ante su presencia, pero una parte de la culpa era de sus propias expectativas sobre la mandataria.

    Sin embargo, cuando salió de su despacho con Lumine, algo había cambiado. Su amiga estaba algo más relajada, pero también resignada. Allí dentro se había iniciado su aprendizaje y su maestra salía con un aire de suficiencia que cargaba de electricidad el ambiente: había conseguido lo que quería.

    Antes de que Ninguang hiciera contacto visual con el grupo, le agarró brevemente el brazo a Albedo, sin mirarlo. Esperaba que su rostro decidido le dijera a su novio que ella se iba a encargar de todo.

    —Lumine y yo ya hemos ultimado los detalles de su estancia aquí —explicó Ninguang—. Me acompañará a menudo, así que si necesitáis algo de ella, avisad a Ganyu o a cualquiera de mis subordinados, ¿vale?
    —¿Pero Paimon puede acompañarla? —preguntó la amiga de Lumine.
    —Puedes, pero te vas a aburrir. O quizá no te guste.
    —¡Pues la acompañaré todo lo que pueda!

    Ninguang sonrió con un toque afable y dio una señal a Ganyu para que empezara la ruta por el edificio. La Estrella les guiaba a la par. Sacarosa le dio un apretón de manos a Lumine y ella correspondió con una sonrisa algo tensa. Tenía que estar haciendo un esfuerzo muy grande…

    Las anfitrionas exploraron los variados pisos de la torre donde residían las Estrellas de Liyue. Era el edificio vecino al Pabellón Yuehai, el edificio administrativo y político de las mismas, pero no tenía su opulencia ni tampoco su altura. Estaba adosado a la montaña, así que en algunas partes la pared era la piedra natural, tallada con cuidado para que diera una sensación de absoluta civilización. Solían tener telas pintadas o cosidas con arte abstracto y natural para no dejar la pared desnuda, y parecía que cada piso tenía su temática y sus colores. El buen gusto se hacía notar por todas partes y agobiaba un poco a Sacarosa, que estaba acostumbrada a los estilos sobrios de Mondstadt.

    —Este es el pasillo de las habitaciones —anunció Ganyu—. Nosotras dos estamos al lado sur, entrando a la izquierda, y los invitados os quedaréis justo al otro lado, para que podáis comunicaros si lo deseáis.

    La habitación de Lumine y Paimon enfocaba al barrio de los gremios y el mercado. Dos estancias más allá, Ninguang y Ganyu frenaron entre dos puertas. La Estrella se giró y dijo:

    —Estas dos serían las vuestras.

    Albedo fue más rápido, aunque era algo que ya tenían pensado ambos:

    —En realidad quisiéramos dormir en la misma habitación.
    —Oh, ya veo —sonrió Ninguang—. Sin problema. La de la derecha tiene mejores vistas a la ciudad. Yo misma la usé durante un tiempo.

    Ganyu abrió la puerta y dejó paso a los invitados. Ellos dejaron inmediatamente su carga del viaje en la habitación (se habían negado a que los asistentes de la torre llevaran las mochilas, había muchas cosas delicadas dentro). Se quedaron en el marco de la puerta.

    —Teniendo esta nueva información, quizás os agrade saber que mañana al mediodía se celebra una fiesta con parte de la nobleza Snezhnaya, a la que Lumine y yo asistiremos por motivos diplomáticos. —La mirada de la Estrella estaba exclusivamente puesta en el rostro de Sacarosa—. Después del evento, algunos nos trasladaremos a una taberna de alto estánding de la ciudad donde nos relajaremos. Quizá os interese esa parte.

    Sacarosa sostuvo su mirada. Reconocía lo encantadora que podía ser la Estrella, pero entendió su tan decorada propuesta indecente.

    —Es un honor, pero no, gracias —contestó—. Preferimos explorar la ciudad por nuestra cuenta.
    —Está bien—dijo, sonriendo—. Si cambiáis de opinión, os podéis poner en contacto conmigo a través de cualquiera de mis administradores. Nos veremos pronto y, ¡ah!, no dejéis de acudir a nuestro comedor, dos plantas más arriba. Los desayunos son de lo mejor.

    Tanto Ganyu como Ninguang saludaron y marcharon de nuevo hacia la habitación de Lumine, seguro que para prepararla para la fiesta que habían nombrado. Sacarosa las observó y cerró la puerta.

    —Bueno, no ha sido para tanto —dijo Albedo, suspirando.
    —No. Pensaba que sería mucho más… directa.
    —Agresiva.
    —Que cruzaría una línea.

    Ambos soltaron aire de nuevo y se abrazaron.

    —Sospecho que ya había percibido de antemano que estábamos juntos, a pesar de nuestra formalidad —juzgó Albedo—. Así que ha intentado meterse como extra, no jugar con el poder como sí hizo con Lisa. Hemos pensado demasiado mal de ella.
    —Eso parece. Conoce los límites.

    A distintos tiempos, ambos recordaron la conversación sobre sexo que habían tenido cuando recibieron la carta de Lisa. Una nueva tensión flotó entre los dos cuando se miraron, después del abrazo. Era agradable en el cuerpo de Sacarosa, pero también le impedía funcionar con naturalidad. Acarició un brazo de Albedo, observando los colores de la chaqueta. El calor se extendía por su cuerpo.

    —Creo que aún tenemos mucho de qué hablar sobre ese tema… —dijo.
    —Sí, pero que sea cuando realmente queramos.

    Una parte del calor se marchó. El más incómodo, quizás. Sacarosa sonrió.

    —¡Claro! Pasémoslo bien de mientras.

    Albedo sonrió un breve instante antes de que le llovieran besos amorosos por toda la cara.

    * * *

    No, otra vez no. Lo había vuelto a hacer: había bebido más de la cuenta en el Obsequio del Ángel y había acabado en la habitación de Lisa.

    —Dime que no hemos… —balbuceó a la bibliotecaria.
    —No. Estabas demasiado ido. Ni lo intentaste, de hecho.

    La resaca obligó a Kaeya a cerrar los ojos cuando intentó mirar a su amiga. Su tono no parecía reprocharle su comportamiento.

    —Entonces dije algo. ¿Fue muy grave?

    Lisa soltó una risita que Kaeya ya conocía: algo de lo que avergonzarse, pero que probablemente ella también diría.

    —Que el mundo es un asco. Que no se nos valora adecuadamente. Y te quejaste de alguien que no te quiere, aunque no dijiste quién.
    —Menos mal… —soltó, dejando escapar un sonoro suspiro.
    —Sí, te habría vuelto loco si supiera el nombre de esa misteriosa persona.

    Kaeya le dio un manotazo en el brazo de Lisa, intentando frenar su tono travieso. De todas formas, Lisa sabía guardar bien un secreto. Si iba por ahí contando algo era porque no le interesaba nada guardarlo.

    El capitán pasó allí toda la mañana. Lisa se fue al cabo de poco de esa conversación, pero de vez en cuando volvía con comida, un café o un chismorreo, para mantener a su amigo distraído, y no, no se inmiscuyó en sus problemas. Ella misma tenía los suyos.

    Si cerraba los ojos, recibía fragmentos de la noche anterior: Diluc no apareció por su propia taberna; Venti mostró la misma entereza de siempre jugando a beber con los borrachos de la ciudad (entre los que Kaeya debería contarse ya); su propio subordinado le aconsejó que se fuera a casa cuando intentó seducir por enésima vez al bardo.

    Nada grave, pero su reputación empezaba a resentirse con esas actuaciones.

    —Esto no puede seguir así…

    Cuando abría los ojos, había un milisegundo en el que podía ver la arisca y desconfiada mirada de Diluc. Días atrás, cuando apareció Lumine, el capitán había recalcado que eran hermanos, pero dudaba que ese fuera el caso ya. Diluc era un Ragnvindr de pura sangre y Kaeya un niño adoptado que había querido demostrar su valía ante su padrastro, como su pudiera ostentar el apellido con más orgullo que el pelirrojo. No eran hermanos. Eran rivales.

    Aun así, buscaba una reconciliación. Sospechaba por qué. Cuando estaba en presencia de Diluc, un cúmulo de emociones conflictivas se agolpaban en el estómago y el cuello. Era una sensación de peligro, pero también de despecho. Su intuición le hacía ponerse en guardia a la espera de un ataque y casi nunca erraba con ello. Mirarle a los ojos despertaba su desconfianza también porque Diluc mismo la transmitía. Era un bucle inacabable con unas causas tan claras como el paso del tiempo y que solo podían solucionarse hablando.

    —Diluc no habla, actúa —se quejó.

    Cuando tuvo las fuerzas suficientes para ser un ser humano productivo, pasó por el campo de entrenamiento y luego por su despacho (quiso dejar para el último momento el papeleo). Pasó una hora cuando un soldado de los Caballeros pidió permiso para hablar.

    —Un cargamento de comida, bebida y materiales de construcción ha sido asaltado poco después de cruzar la Puerta de Piedra. Han sido los Ladrones de Tesoros.
    —Lo que faltaba —murmuró.

    Oh, pero eso no era todo. Mientras marchaba con una expedición a inspeccionar el terreno se encontró con unos mercenarios que decían trabajar para la familia Ragnvindr y que querían ir a por los mismos criminales.

    —Este suceso está en manos de los Caballeros de Favonius ahora. Toda Mondstadt se ha visto afectada por este ataque —dijo alto y claro Kaeya. Sin embargo, el cabecilla de los mercenarios insistió y Kaeya tuvo que hacer de tripas corazón—: Tráeme aquí a la persona que te ha contratado y lo solucionamos.

    Obviamente, quien apareció fue Diluc. Iba con uno de sus atuendos de lujo, pero también cargando con su mandoble en su espalda. Su cara de pocos amigos no era menos que la del capitán, así que él atajó rápido.

    —Diluc, te lo voy a exponer de forma sencilla: estás perdiendo dinero, Mondstadt ha perdido un cargamento de comida y yo credibilidad a cada minuto que pasa. Véngate de la forma que quieras de mí, pero deja a los habitantes de la ciudad en paz, si tanto quieres protegerlos. No nos obstaculices el trabajo.

    El señor Ragnvindr quedó sorprendido por la frialdad de Kaeya. Ni peleas, ni trucos, ni risitas, solo la verdad en safata. Y tuvo en cuenta su papel secreto en Mondstadt y todo.

    —Tengo que proteger mi producto y mis inversiones —aclaró—. Os acompañamos.
    —Tú solo puedes con esto. ¿De verdad te fías más de unos cazarrecompensas que de mis soldados?

    Diluc le sostuvo la mirada. Si Kaeya hubiera dicho “de mí” quizá se hubiera amilanado un poco. Pero no lo hizo. Eligió involucrar a los Caballeros de Favonius. Esto seguía siendo un choque de egos, a su parecer, y lo iba a ganar.

    Los dos grupos de guerreros marcharon vigilándose el uno al otro, de la misma manera que sus capitanes mantenían un frío silencio entre ellos. Cuando llegaron al lugar de los hechos, las pistas guiaban hacia el valle de entrada de la Guarida de Stormterror. Nadie en su sano juicio entraría en los restos de la antigua ciudad, que estaba infestada de hilichurls y guardianes de las ruinas, así que desfilaron ordenadamente por el cañón hasta que encontraron una veintena de Ladrones de Tesoros acampados en un abrigo de cueva con todo el botín de la ciudad.

    Los pobres palidecieron. Las fuerzas de Kaeya y Diluc sumaban el doble. La batalla fue realmente muy desigual. Las órdenes eran de capturar, no herir en la medida de lo posible, y mucho menos matar, pero aún con esas restricciones los ladrones acabaron rápidamente maniatados.

    Diluc y Kaeya entraron en Mondstadt compartiendo la gloria de un rescate fructuoso, cero víctimas y veinte criminales capturados. La gente salió a la calle a aplaudirlos sin saber realmente lo que había ocurrido, ni tampoco que ambos guerreros no tenían ninguna clase de pacto.

    Inevitablemente, se quedaron solos después de informar a Jean. Estaban en uno de los patios de la Sede, en la sombra.

    —Tienes una pinta horrible —soltó Diluc.
    —¿No me digas? ¿Desde cuándo tienes ojeras? —Diluc no iba a admitir nada. Kaeya se suponía desde cuando, pero no quería hablar de eso—. ¿De verdad era necesario poner en entredicho mi valor para la ciudad por cuatro payasos?
    —No íbais a quedaros con mi cargamento.
    —Pues claro que no —escupió sin alzar la voz—. Había más gente en peligro. No soy ningún ladrón ni un desalmado.
    —A juzgar por el montón de botellas vacías que dejas en mi taberna cada vez que pasas por allí, no sabría decirte si te convenía recuperar el cargamento tú solo.

    Kaeya perdió los nervios. Tomó de la mandíbula al que había considerado su hermano y lo empujó contra la pared. Diluc se resistió, pero el Caballero era más fuerte.

    —Nunca más te atrevas a soltarme algo así. ¡Todo esto —se señaló la cara— es culpa tuya! Estás todos. Los. Putos. Días.
    Cuestionando no solo mi decisión de entrar en los Caballeros de Favonius, sino cada movimiento que doy. Dime, ¿por qué esta obsesión por arruinar mi vida? ¿Qué clase de atención te crees que te mereces para justificar todo esto?

    —¡Es traición! —rechinó entre dientes Diluc. Entonces consiguió desembarazarse.
    —¡Vale, traición, sácale brillo a tu rencor! —dijo, como anunciándolo a un público inexistente. El patio de la Sede estaba vacío. Entonces se acercó y bajó la voz—. ¿Te has preguntado alguna vez por qué me uní a los Caballeros? Porque quería seguir los pasos de padre haciendo justicia, limpiando la Sede desde dentro. ¡Por eso soy Capitán, por el amor de Barbatos! ¡No para desafiarte! ¡No te creas tan importante por tener a los más borrachos de la ciudad en tu taberna! No eres importante para los Caballeros y, por encima de todo y desde ya, no lo eres para mí. Así que enhorabuena, tu desconfianza ha tenido su recompensa.

    Y se fue. Diluc no evitó que se marchara. El pelirrojo no era muy dado a la palabra y menos a dejar su orgullo a un lado para evitar que nadie se fuera, y menos por Kaeya. El Capitán dio zancadas hacia el interior de la Sede con el pecho en llamas y ganas de gritar sin control de la rabia que le producía la poca visión y aceptación de Diluc.

    Lo peor es que en su arranque de ira había hecho varias cosas que se prometió a sí mismo que no haría nunca, que no se rebajaría a ello: ponerse violento con su hermano y revelarle hasta qué punto le afectaba su actitud. No se merecía su atención, pero se la había ganado.

    Cerró la puerta de su cuarto tras de sí.

    —¡No puede ser más desgraciado el muy…!

    Siempre se había jactado de su buen porte, de su compostura, de su elegancia. Pero no había nada de eso en lo que le había dicho. Ni en dejarse caer en la cama a peso muerto. Se dio la vuelta para quedar boca arriba en la cama y se palpó una mejilla. Estaba llorando.

    —Estupendo —susurró.

    Su cuerpo no le hizo caso al intentar detenerlo, así que lo dejó correr y empezó a arrepentirse progresivamente desde el momento en que le había agarrado de la mandíbula hasta la primera herida accidental que le produjo cuando eran dos niños. Porque ¿a quién quería engañar? Siempre tendría la esperanza de recuperar aquella relación, a pesar de lo intoxicados que estaban el uno del otro por sus decisiones. Quería llamarle hermano porque eso era lo más cercano que le estaba permitido de decirle que le quería. Y ya era hora de admitir esos sentimientos, porque cada paso que daba para alejarse de él y rendirse a los brazos de otra persona (como Venti) peor se levantaba cada mañana. Se traicionaba a sí mismo cada vez que lo hacía. No confiaba en sí mismo.

    Todo porque le amaba y no se lo podía decir.

    AA_-_Favorito_65

    A partir de ahora el sistema funciona más o menos así: una enseñanza de Ninguang de la trama principal, y una subtrama abierta avanzando o cerrándose. A veces tendré que dividir las enseñanzas en dos capítulos, pero mira, mejor para el lector!
     
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    17. Incompatibles (parte II)




    La primera noche de Lumine en Liyue fue bastante movida. Ninguang la había llevado a todas las tiendas caras de la ciudad en busca de una combinación de colores que le gustara a ella (no, no a la viajera) y acabaron conformándose con un qipao de tonos de color marrón con vetas en un lateral de colores rojo y blanco que representaban flores. En palabras de Ninguang, creaban una asimetría muy agradable a la vista, a la vez que no llamaba la atención de toda la sala.

    Porque claro, quien tenía que ser el reclamo visual era la Estrella, no Lumine.

    Luego se habían ido a cenar juntas (con Paimon reposando agotada en los hombros de su amiga) al Pabellón Liuli, el mismo donde Ninguang había arrinconado a Lumine unas semanas antes. Se preguntó si la historia se repetiría, porque ni siquiera tenía que despachar a Paimon esta vez, ya estaba comiendo. Pero no ocurrió. Lo único que le hizo saltar las alarmas fue lo siguiente:

    —Vamos, Lumine, no tengo ganas de juguetear. Estoy tan agotada como tú. Puedes relajarte. Pero quizás volvamos a ese momento en tus enseñanzas.

    Lumine no fue capaz de responder. Tuvo que recordarse a qué había venido allí, que pronto vería a Amber si aprendía lo suficientemente rápido y luego se marcharía a Inazuma. Además, Paimon estaba lo suficientemente preocupada por ella como para comerse la mitad de su ración habitual.

    En todo ese tiempo, el único espacio de tiempo que había tenido ocasión de ver a Albedo y a Sacarosa fue cuando salieron al mismo tiempo del edificio, para no perderse, y fueron en guía de Ganyu, prestando atención al camino de entrada y salida. Pero al llegar a la zona comercial al norte de la ciudad, ellos siguieron adelante. Solo se reencontraron cuando Ninguang, Lumine y Paimon salían del Pabellón Liuli. Se iban todos de vuelta a las habitaciones. La viajera se esforzó en escuchar lo bien que les había sentado el paseo y una cenita sencilla en un local cerca del puerto que Lumine descubrió que era el Wanmin, donde aprendió a cocinar su amiga Xiangling.

    La mención de su amiga fue lo único que la despertó de un embotamiento total. Se sentía agotada, con la energía totalmente absorbida por un entorno que su cuerpo percibía como hostil. Deseaba no salir de la residencia de las Estrellas en dos semanas.
    Por la mañana fue peor, porque el encuentro era a mediodía y tenían que prepararla. Las asistentas de moda de Ninguang y Ganyu se sumaron a la tortura de la viajera. La semiarconte estuvo muy dispuesta a retocar el qipao después de que Lumine se lo pusiera de cualquier manera detrás del biombo, aunque a la nueva aprendiz de Ninguang no le resultó llamativo: Ganyu siempre había tenido unos gustos y una energía especiales que la calmaban y la empujaban a ser más sociable.

    Luego vino el peinado. Buscaron para Lumine un moño recogido. Al tener el pelo liso y suave, resultó muy fácil formar trenzas y tirabuzones que mantuvieran la melena bien sujeta con una forma agraciada y elegante. Por si acaso, reforzaron el moño con unas horquillas decorativas, de nuevo nada especialmente llamativo, pero bonito. Lo único malo fue que Lumine soltaba gritos ahogados y quejas cada dos por tres porque quien fuera que la estuviera peinando le pegaba unos tirones de pelo de cuidado.

    Finalmente, el maquillaje. La piel de la viajera estaba algo tostada por el sol y necesitaba de ciertos cuidados para mantenerse hidratada, así que de antemano la avisaron que viniera con la cara lavada con un champú especial, para que el maquillaje quedara más natural en su rostro. Le aplicaron una base de un tono algo más claro que el suyo y luego le hicieron unos ojos de gato que resaltaran las pestañas y alargaran un poco su rostro, que le dieran perspicacia. Lumine pudo pasar tranquilamente media hora entrenando su capacidad para aguantar la respiración, para que las asistentas pudieran hacer su trabajo.

    Dos horas en total. Y ni siquiera le podía preguntar a Ganyu si estaba guapa, porque a mitad del peinado se había ido por una urgencia administrativa y no había vuelto. Paimon flotaba a su alrededor, medio dormida, pero sabía de ella que prefería lo práctico. Estaba tan preparada como Lumine para echarse a la carretera y explorar el mundo juntas.

    —Ahora sí estás preparada para la gente de Snezhnaya —comentó Ninguang, con una sonrisa.
    —No soy yo —se dijo en el espejo.
    —Y no debes. No con ellos. La lección de hoy va sobre las apariencias: no te fíes de ellas. Todos vamos vestidos de una forma que no es nuestra, o con máscaras en caso de los Fatui (aún más significativo) por la simple razón de conseguir nuestros objetivos. Tú vienes a aprender. Yo, a tener trato preferente con la nobleza del norte. Ellos, a sacar tajada de Liyue.
    —Es un mundo muy desagradecido, entonces.
    —Sí. Es por lo que te he advertido sobre el amor. No vas a encontrar ni una pizca allá donde vamos. La temática de esa fiesta es el poder, y lo más probable es que intenten aprovecharse de que eres novata en este mundo, como lobos oliendo la sangre.
    —No me fío de nadie. Vale.

    Todo lo que podía pensar de camino al evento fue justo lo que había querido evitar en ese lugar: pensar en Eula. Había sido una rápida asociación de ideas que pasaban por mantener las apariencias vistiendo y con maquillaje, para luego edulcorar cualquier discurso de cara a la aristocracia con palabras tan bonitas como vacías. Eula le había enseñado ese lenguaje en particular cuando se conocieron. Ahora, recordándolo, la ansiedad y una vana esperanza se peleaban en su cuerpo por su amor por Amber, y justamente tenía que tener la cabeza clara si se iba a codear con algunos de los peces gordos de Teyvat.

    Apenas se enteró de la primera parte de la fiesta. Flotó al lado de Ninguang presentándose con la gente de la fiesta, mientras Paimon circulaba buscando comida. Había allí personalidades de Liyue que mostraban auténtica emoción por estar en la misma sala que Lumine, pero la nobleza de Snezhnaya no estaba tan sorprendida ni agradecida. Ella estaba enteramente concentrada en no tropezarse con sus zuecos tradicionales y pronunciando frases claras a modo de presentación; de algo le había servido recordar las enseñanzas de Eula.

    Más avanzado el día, llegando a una segunda ronda de aperitivos, una variedad de aristócratas y mercaderes poderosos habían desfilado delante de Ninguang buscando un trato de favor, un contrato al más puro estilo Liyue, o para demandarle más acciones sobre la ciudad, que empezaba sus reparaciones, y perjudicaba la economía. Entonces una señora de mediana edad de Liyue y un joven noble de Snezhnaya se disputaron la atención de la Estrella, sin ser del todo conscientes de que Lumine estaba también allí.

    —Después de los acontecimientos con Osial nos merecemos más protección de cara a nuestros negocios dentro de Liyue —hablaba el joven—. Nada nos garantiza que un ataque de esa clase se vuelva a producir.
    —Tenéis razón —accedió Ninguang—. Estamos reconstruyendo el puerto con nuevos diques y está en proyecto la reconstrucción de la Cámara de Jade con nuevos sistemas de defensa en previsión de otro ataque marino.
    —¿Y qué hay de los Fatui? —repuso la señora, rebotada contra el noble—. Ellos fueron los culpables de que ahora necesitemos una razón de más para comerciar aquí. ¡No estamos seguros con ellos en la ciudad!

    El noble protestó airadamente, dejando claro que no tenía nada que ver con los Fatui y que venía por negocios. La conversación se empantanó unos minutos, atrayendo la atención de otros personajes y a Paimon que parecía querer protestar en cualquier momento. Lumine se lo impidió haciendo una seña con la cabeza.

    Pero el querer pasar desapercibida no le funcionó.

    —Damas y caballeros, vamos a tranquilizarnos. Contamos con más seguridad ahora, y claramente el miedo sigue instalado en nuestros cuerpos, pero no podemos dejarnos llevar. Recordad vuestros objetivos, puesto que yo tengo muy presente los míos. Además, quizá haya quien no se haya dado cuenta, pero tenemos aquí la persona responsable de la derrota de Osial y de destapar la conspiración Fatui.

    Todos los ojos se clavaron en Lumine, en silencio. Fueron unos segundos muy tensos, y entonces empezaron las protestas.

    —¡Pero si es una cría!
    —¿Cómo sabemos que nos puede proteger de nuevo? Ni siquiera sabemos de dónde viene.
    —¿Y si es una enviada de los arcontes y se vuelve contra nosotros?
    —Quizá nos abandone ahora que las cosas se han calmado, los aventureros solo buscan la gloria.
    —¿Y bien, niña? ¿Qué tienes que decir? ¿También puedes protegernos a nosotros? —exigió el joven noble norteño.

    Lumine se quedó bloqueada unos segundos, no tanto por la total desconfianza que le prestaban a pesar de haber salvado la ciudad entera, como por la manera que Ninguang la había lanzado a los leones sin ningún tipo de reparo.

    —No soy una obsesa de la fama —empezó, mirando a la persona que la había acusado de ello—. Tengo mi propio objetivo en Teyvat y eso implica que seguiré viajando, pero siempre he ayudado a quienquiera que me ha necesitado, y no dejaré de hacerlo. Es más, me he puesto al servicio de Ninguang para ayudar a la máxima cantidad de gente posible. Si eso significa que sea su guardaespaldas…
    —Ya, su guardaespaldas, ¡pero ella no necesita protección, la necesitamos nosotros! —replicó la señora de mediana edad.
    Lumine echó un ojo a Ninguang, pero ella sonreía, sin ninguna intención de intervenir.
    —La ciudad se está recuperando —«y yo también»—, necesita paciencia. Hemos hecho frente a una catástrofe con muchos heridos. Sean razonables.

    Algunos quedaron un tanto aplacados, pero otros (cada cual con más aspecto de ricachón que ha perdido un 0,1 de su fortuna con Osial) aún se creían con derecho a protestar.

    —¡No voy a esperar sentado a que Liyue sea un lugar seguro mientras pierdo dinero!
    —¡Pues contrate sus propios guardaespaldas! —saltó Paimon, incapaz de contenerse. Lumine no fue capaz de detenerla, pues su cuerpo hervía en una mezcla de rabia e ira—. ¡Su avaricia no conoce límites!
    —¡Esto con los Fatui no nos pasaba!
    —Con todos mis respetos, los Fatui fueron los responsables de la invocación de Osial —se defendió un comerciante de Liyue—. Esta muchacha destapó sus planes, la oí cuando hablaba de ello después de su derrota. ¡Salió herida! Nosotros no nos hemos peleado con un dios marino.

    Los murmullos se extendieron por toda la sala, que ahora sí que estaba pendiente del todo de la viajera. Lumine se sintió muy pequeña y su pecho taquicárdico le instaba a salir de allí corriendo. En cualquier momento se echaría a gritar, o a llorar, a decir que no podía más, o a insultar a la gente con la que Ninguang iniciaría la recuperación económica de la ciudad (cosa que nadie se podía permitir). Al final, se dejó llevar por las pocas palabras coherentes que se formaban en su cabeza:

    —Exigís protección a Ninguang y a mí. Ella ya os la da. Yo he accedido también, a pesar de que no me he recuperado de esa batalla. Y algunos esperáis más. —Se oyeron varias afirmaciones orgullosas y pedantes ante esa última frase, como si se merecieran todo en el mundo—. ¿Qué es exactamente lo que queréis? ¿Que llueva dinero del cielo? ¿Que pongamos a toda la geoarmada a disposición de unos pocos? Eso no va a pasar, tenemos a decenas de miles de personas a las que atender, y no solo a los que ellos mismos se pueden pagar unos buenos guardaespaldas. Comercien bajo las normas de Liyue, firmen contratos provechosos como he visto hace un rato, y la recompensa vendrá sola. Pero no esperen milagros dignos de un Arconte, porque acabamos de presenciar la muerte de uno. Somos humanos, hacemos lo que podemos.

    Las protestas de los más ofendidos siguieron, pero mezcladas con comentarios de aristócratas de Liyue defendiendo la lógica de Lumine. Ella no pudo más: salió a una de las terrazas, seguida de Paimon.

    —¿Estás bien? —preguntó su amiga.
    —No.

    Se había agarrado con fuerza a la viga que formaba la barandilla de la terraza. Las lágrimas no alcanzaban a salir de tanta presión que sentía en el pecho. Casi sería más sencillo tirarse del edificio y huir sola a Inazuma que no jugar al juego de Ninguang y llegar allí sana y salva.

    —Será mejor que no estés mientras esté con ella —le dijo a Paimon—. No quiero que veas esto, y tampoco me ayudará a mí si me obliga a asistir a más de estas ridículas fiestas.
    —Paimon podría quedarse con Ganyu. O Zhongli.
    —Es buena idea —musitó.

    Le dio un fuerte abrazo a Paimon. Le dolía mucho tener que separarse de su amiga para algo que iba a ser mucho peor estando sola, pero no podía dejar que nadie la defendiera. Entorpecía su aprendizaje y a la vez dependía de ella para pensar en una respuesta a preguntas que se le hacían a ella. Y si las enseñanzas iban de mal en peor, Paimon no querría verlo. No debía. No se merecía nada menos que lo mejor de Teyvat.

    —Bueno, vaya espectáculo.
    —¡Ninguang, la has dejado sola! —protestó Paimon. La Estrella hizo ademán de apartarla con la mano—. ¡Eh!
    —Es con Lumine con quien quiero hablar.
    —Pues yo no quiero —protestó ella.
    —No seas cría, el error ha sido tuyo. Asúmelo. Aunque te has defendido muy bien.

    Ella no lo veía igual. Esos ricachones la habían puesto contra la espada y la pared. Se podía ver a sí mismo como un corderito acorralado esperando calmar a los lobos arrancándose una pata y lanzándola por los aires. Les daba igual que ella se desangrara.

    —¿Habrá más fiestas de esta clase?
    —Probablemente, aunque la siguiente aún no está programada.

    Lumine suspiró, algo aliviada. Hizo ademán de tomar de la mano a Paimon y ella se acercó a por mimos.

    —¿En qué he fallado? —preguntó la viajera.
    —En lo más primordial de esta lección. Te dije que no te fiaras de nadie. Te has fiado de Paimon para defenderte, puesto que ella ni siquiera debería haber dicho nada, y lo peor, te has fiado de mí. Si no estás dispuesta a abandonar el sentido del compañerismo mientras estés conmigo lo vas a pasar muy mal.
    —¡Eso es horrible! —chilló Paimon—. Y claro que Lumine debería fiarse de Paimon, ¡es su mejor amiga!
    —Así es, pero ¿acaso eso les ha importado algo a las personas más influyentes de Liyue y Snezhnaya? No. —Y hasta negó con cierto asco—. Poder y dinero, Lumine. Y si alguien muestra amor, usa esa información en tu favor para tener más poder sobre esa persona. No hay más. Nada más.

    Ninguang se dio media vuelta, tan seria como había aparecido, y dejó solas a Paimon y a Lumine.

    La viajera volvió a mirar por el balcón. Había imaginado dónde se metía. Sabía que era una decisión diametralmente opuesta a buscar el amor de Amber. Pero no se esperaba que el mundo de la Estrella fuera así de descarnado, de vil, de insensible, tan cruel que esperan que un héroe muera por conseguir unas moneditas más a los ricos. Era imposible que Ninguang estuviera así de sola, aparte de ser amiga de Ganyu. Si había insistido tanto el hecho de dejar atrás el amor es que ella lo había sentido. Lumine estaba segura de que se guardaba ese secreto.

    Por eso, muy a su pesar, se marcó a fuego la enseñanza de su maestra: no se podía fiar de ella. No podía mostrarse confiada. La presión podría destrozarla mientras aprendía de Ninguang, y seguro que acabaría llorando en su cuarto más de una vez, pero no se iba a fiar de ella.

    Y descubriría esa pieza de información que podría derrotar a la más poderosa de las Estrellas de Liyue.
     
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