1r Reto Especial: "Homesick"/Nanatsu No Taizai/Amor De Tres Milenios

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    ¡Buenas! Me complace ser la primera persona en estrenar el reto especial del foro. Afortunadamente tomé la decisión correcta sobre cómo proceder con este fanfic del que siento mucha satisfacción. Si ya en mi obra anterior, Prodigio, que fue para el octavo reto liteario del foro, estuvo llena de drama, en esta obra, Amor de Tres Milenios, hay cierta angustia y dolor emocional que iréis viendo según vayáis leyendo, pero debo decir que me ha quedado muchísimo más diabético de como lo tenía planeado en un primer momento, ¡y realmente me alegra eso! No siempre hago obras así y me ha encantado. Como habéis visto en el título, Nanatsu No Taizai, debo decir que en realidad los dos personajes mencionados en la descripción (y que son los protagonistas de la obra) no están en el mundo de este anime/manga sino EN EL NUESTRO, en plena epidemia del virus que tenemos actualmente y, por lo tanto, obligados a quedarse encerrados.

    Espero que os guste mucho, ¡cualquier duda, o lo que queráis, dejadlo en los comentarios!

    Disclaimer: Los personajes de Nanatsu No Taizai no me pertenecen a mí sino a Nakaba Suzuki, excepto Margarita y Roger que son de mi completa autoría.

    Serie/Caricatura/Cómic/etc: Nanatsu No Taizai, Originales.
    Género: Misterio, Romance, Humor, Angustia.
    Advertencias: Ninguna.
    Clasificación/Rating: 16 años.
    Número de páginas: 20 (9.749 palabras).

    Resumen: La distancia emocional entre ellos era evidente, cada uno parecía huir de aquello que le hacía daño. Sin embargo, llegando a un nuevo mundo y siendo acogidos por una pareja de humanos, Margarita y Roger, con quienes pasan a convivir, Gloxinia y Gerheade son obligados a estar encerrados con el fin de no ser víctimas de una pandemia que está teniendo lugar en el mundo de estos humanos. Sin embargo, lejos de lo que ellos esperaban, esta experiencia les brinda una oportunidad que llevaban tres mil años esperando, sobre todo Gloxinia, quien finalmente rompe su silencio y le revela a Gerheade un secreto bien guardado en su fiel corazón que profesaba un amor de tres milenios.

    Nota: El nombre de Gerheade se pronuncia como "gerhade".

    Amor_De_Tres_Milenios



    AMOR DE TRES MILENIOS



    - ¡Por favor, que alguien me ayude! – En cuanto ella había recuperado el sentido, vio a su hermano tirado en el suelo con las alas rotas e importantes heridas. Tal vez producto de la caída, y por haberla protegido.

    Su insistente voz captó la atención de una chica que, con una mascarilla, se acercó. Al parecer vivía cerca del parque solitario en el que no había ni un alma. Menudo fue el impacto que se llevó cuando vio a esos dos ahí. No tenían pinta de ser seres humanos, pero, ¿a lo mejor sería un cosplay bien conseguido? Fuera cual fuera el caso, terminó acudiendo a la llamada de auxilio de esa muchacha que fijó su ojo en ella. La parte derecha de su rostro estaba tapado con un turbante verde con una flor en la parte izquierda.

    - ¿Pasa algo? – Preguntó, no muy convencida de si era buena idea acercarse a dos «personas» tan extrañas como ellos. La muchacha la observó, casi suplicante mientras sostenía al otro entre sus brazos como bien podía.
    - Hemos… hemos sufrido una caída y… él no recupera el conocimiento. Aunque seas humana, ¿podrías ayudarme por favor? – Fue lo que le pidió.

    La joven dudó. Había prestado atención a esas palabras, casi como si la otra estuviera confirmando sus sospechas: estaba ante dos hadas reales. Pero… ¿hadas? ¿en su mundo? ¿acaso esto era un sueño?

    - Por favor, necesito tratar sus heridas cuanto antes. – Le suplicó la dueña del turbante verde.
    - Vale, vale, vale. Deja que yo me encargue.

    Y sin más tuvo que poner a ese chico tan raro en su espalda para llevárselo a su casa. De nuevo se preguntó a sí misma si esto era una buena idea. Con todo lo que ocurría últimamente, casi parecía un suicidio. Pero no podía ignorar una súplica como esa de una muchacha que lucía amable, pero siniestra a la vez. Cuando llegó a casa, se encontró con Roger, su actual pareja. El chico se quedó igual que ella, y se la llevó a la cocina sin esperar mucho.

    - ¿Estás loca? ¿cómo se te ocurre traer a gente a casa? – La asaltó con preguntas. Se le notaba alarmado y preocupado. - ¿Y si están infectados? ¡Podrían contagiarnos!
    - Yo también lo pensé, pero, mírales… - Señaló. – No puedo dejarles a su suerte. El chico está herido.
    - ¡Pero si es solo un cosplay! ¡tú lo sabes, Margarita!
    - Ya, pero… - Miró a la chica que se dedicaba a buscar cojines por todas partes, o lo primero que ella considerara como algo blandito, para poner al otro lo más cómodo posible. – Esa tía habló como si realmente no fuera humana.
    - Me da igual, no los quiero en mi casa.
    - Perdona, pero es MI casa. – Recalcó. – Y no los pienso echar.

    Roger empezó a refunfuñar y se fue a su cuarto, enfadado. Margarita suspiró, pensando que sería mejor hablar con él pasado un rato porque ahora no la iba a escuchar. En su lugar, se acercó a esa hada con dudas en su cabeza, pero para cuando quiso darse cuenta, la otra ya la estaba mirando y le pidió unas cuantas cosas que ella desde luego no tenía en casa. El hada suspiró, poniéndose nerviosa. Margarita tuvo el detalle de ir a buscar el botiquín que había en el baño y se lo trajo, ofreciéndoselo tras sugerirle que eso podría bastar. El hada no lució convencida, casi juzgándola con una expresión crítica y fría, sólo para terminar cediendo.

    Y mientras se dedicaba a curar al chico que seguía sin responder, Margarita no pudo contener más su curiosidad:

    - ¿Sois hadas de verdad?
    - ¿Es que no lo ves? – Su forma de contestar fue dura, y muy borde. – No recuerdo cómo llegamos hasta aquí, pero este no es nuestro mundo.
    - Ya veo… - Bajó la cabeza antes de levantarla. – Yo soy Margarita, y podéis quedaros el tiempo que necesitéis. – Dijo, viendo que la otra la observaba casi desconfiando de ella antes de desviar la mirada.
    - Gracias… no sé qué hubiera hecho si no hubieses aparecido.
    - Seguro que alguien te habría ayudado.

    Pero entonces, Margarita contempló el rostro de la chica. Había tristeza, casi como si estuviera recordando algo malo. En silencio, contemplaba cómo continuaba tratando las heridas y atendiendo la raíz de las alas del joven, una zona que parecía haber sufrido daños y que por eso esas alas tan grandes y enormes lucían caídas y apagadas. Margarita vio que eso era lo que más parecía preocupar al hada. Al observarla detenidamente, Margarita vio que… no parecía tener piernas. Pero al hacer eso, vio que la otra la miró con dureza, tanta que intimidó a Margarita.

    - Te apetece… ¿tomar algo? – Ofreció, no muy segura. El hada asintió. – Tengo té, por si quieres probarlo.
    - Vale… esto… ¿tienes algo de comer también?
    - Ha, ha. Claro, enseguida te lo traigo.

    Pasó un rato desde entonces. Margarita confirmó que esa hada definitivamente no tenía piernas, pero también se daba cuenta que, al pensar en eso, notaba que la otra se ponía especialmente tensa e incómoda. Tal vez debió de ocurrirle algo realmente grave. Al menos había aceptado el té y comía unos frutos secos que le ofreció. Iba despacio, sin apartar la mirada del joven que estaba tumbado bocabajo y con la parte inferior de su cuerpo tapada por una manta porque hacía algo de frío.

    - Oye, Margarita. – La llamó de repente. - ¿Cómo es que usas una mascarilla? – Señaló.
    - Ah esto… pues verás, estamos en plena pandemia. Hay un virus que se ha descontrolado y el país está en estado de alarma de modo que no podemos salir de nuestras casas.
    - ¿Y cómo es que tú sí lo has hecho?
    - Estar encerrada no me gusta, las horas se me hacen muy largas. Esta es una zona apartada de la ciudad así que la policía pasa de vez en cuando.
    - ¿Y qué tipo de virus es ese?

    Margarita la miró y con una sonrisa empezó a explicárselo con detalle, o al menos hasta donde ella sabía, incluyendo los síntomas. Fue una charla interesante para el hada que prestaba especial atención, casi como si fuera una esponja que absorbía esos conocimientos. Margarita se sintió como una profesora al ver que su interlocutora parecía realmente interesada en saber la situación que estaban viviendo porque era completamente ajeno a ella. Margarita también le contó qué significaba estar en confinamiento, y las consecuencias de no seguir las indicaciones del gobierno. Pero hablar de dinero fue todavía más extraño para el hada. Con la broma pasaron varias horas… horas en las cuales a Margarita no se le pasó por la mente preguntar por el nombre de la chica que estaba sentada a su lado.

    Entonces apareció Roger, con mejor cara que antes. El enfado le había durado bastante.

    - ¿Margarita? – La llamó. – Siento mucho lo de antes… ¿Puedes perdonarme?
    - Claro que sí, cariño. – Ella se levantó para darle un beso y un abrazo. Unos gestos que inconscientemente el hada envidió, antes de desviar la mirada hacia el otro que seguía tumbado. – Pero ya que estamos, te la presentaré. – Se apartó para mirar al hada. – Ella es… esto…
    - Gerheade. – Sonrió. – Mucho gusto.
    - El gusto es mío, Gerheade. Un nombre curioso eh. – Se reía Roger, que ahora estaba de mejor humor. – Yo me llamo Roger, soy el novio de Margarita.
    - ¿Novio? – Repitió, inclinando la cabeza. - ¿Significa eso… que os vais a casar?

    Eso los pilló desprevenidos. Roger y Margarita se miraron entre sí, sin saber qué responder. Ella se rio, por nervios y vergüenza, y Roger casi que por lo mismo. Entonces los dos se sentaron cerca de Gerheade, respetando un poco su espacio personal.

    - No lo habíamos pensado, sinceramente. – Contestaba Roger. – Llevamos como cuatro años juntos, ¿verdad, Margarita?
    - Y que lo digas.
    - Es que, de donde yo vengo, diría que no existe. – Dijo Gerheade, sorprendiéndolos. – Las hadas se casan, directamente. Es importante mantener la especie.

    Hubo un silencio prolongado. Pero los pensamientos de la pareja no fue un secreto para Gerheade que los podía leer a la perfección. Le resultaba extraña la forma de ser de los seres humanos, pero llamaba mucho su atención. Empezaba a comprender por qué algunas hadas se veían atraídas por la cultura de los humanos.

    - ¿Entonces eres la esposa de ese chico? – Margarita señaló a aquel que seguía inconsciente. Gerheade enrojeció más que una manzana.
    - ¡Claro que no! ¡¿cómo iba a ser su esposa?! ¡Soy su hermana pequeña!
    - ¿Y por qué te avergüenzas?
    - Aquí hay gato encerrado.

    Gerheade apretó las manos, conteniéndose. Pero entonces Roger se acercó a la otra hada con curiosidad. Pese a que tenía rasgos femeninos, no tenía pechos así que dio por hecho que era un macho, un hada macho. No era raro para nadie, gracias a las películas, que la mayoría de las hadas se dejaban el pelo largo independientemente de su género. Pero esas alas tan grandes… eran impresionantes. Sin embargo, le extrañó que tuvieran un color tan apagado y que incluso carecieran de brillo. Gerheade se acercó, por desconfianza y con la intención de proteger a su hermano.

    - Parece que le ha pasado algo serio. – Dijo Roger. – Antes escuché parte de vuestra conversación. – Miró a Gerheade.
    - Aaah, ya lo veo. Con que eres de los que te gusta poner la oreja.
    - ¡Noooo! ¡No, no, no!
    - Perdónale, Gerheade. Roger es demasiado curioso por naturaleza.

    La aludida suspiró y empezó a contarles lo que más o menos era capaz de recordar. Mencionó el Reino de las Hadas, así como el nombre de su hermano: Gloxinia, quien protegió el bosque, y a ella, de unas criaturas extrañas. Gerheade mencionó una grieta que se formó en el cielo, y que los arrastró hasta los dos a este mundo desconocido y que no sabían si otras hadas habrían sufrido el mismo destino. Margarita y Roger se miraron entre sí y luego a Gloxinia, empezando a comprender la gravedad del asunto, o al menos lo serio que era todo para Gerheade y su hermano.

    - Bueno, lo que ahora podrías hacer, Gerheade… - Margarita se acercó a ella, cogiendo una de sus manos. El hada la miró, sin saber qué pensar mientras era capaz de leer la mente de la humana. – Es relajarte durante estos días que no nos dejan salir a la calle. Y si falta algo a los dos siempre os lo podemos conseguir nosotros.
    - Es verdad. – Dijo Roger. – Gloxinia necesita que le cuides.

    Gerheade se sintió agradecida con estos humanos, de los cuales se hizo amiga en los próximos días. Gloxinia continuó inconsciente, pero sus alas empezaban a curarse adecuadamente gracias a la atención del hada. Margarita siempre miraba cómo lo hacía Gerheade, teniendo cuidado de no pisar las alas de Gloxinia cada vez que se acercaba a él. Los días de cuarentena ayudaban mucho a que Gerheade estuviera más pendiente de Gloxinia y Margarita tuviera una distracción. Roger se entretenía buscando averías donde no las había, pero así era su aburrimiento. Incluso la pareja se peleaba por quién iba a comprar o quién iba a tirar la basura con tal de salir a la calle ni que fuera unos segundos o unos minutos. A Gerheade le hacía gracia, una vez se acostumbró a ello.

    Cuando se asomaba por la ventana, Gerheade veía las calles vacías, o algún que otro transeúnte siendo parado por la que parecía ser la autoridad. Margarita ya le explicó que era la policía, que patrullaba por todas partes para evitar que la gente saliera a la calle. Los seres humanos eran extraños, y ella no terminaba de comprenderlos. Eran diferentes unos de otros, pero igualmente eran capaces de entenderse en la mayoría de las ocasiones. Eso no solía pasar con las hadas, al menos si dos se encontraban y eran opuestas.

    Esa misma tarde, moviendo las alas de Gloxinia para ayudar al riego sanguíneo, escuchó una queja de él. Era el primer sonido que se le escuchaba hacer después de casi cinco días sin responder. Margarita la miró, después de haber estado imitando a Gerheade que siempre le había recordado lo honrada que debía sentirse por el simple hecho de haberle dado permiso para tocar las alas de Gloxinia. No fue algo que le hubiese gustado a Margarita, porque no lo comprendía. Entonces lo vieron. Esos ojos del color de la miel empezaron a abrirse, hasta que fue reaccionando. Gerheade se acercó a él, viendo que el Rey de las Hadas posaba su mirada en ella antes de intentar reincorporarse a pesar del dolor que parecía estar sufriendo.

    - ¿Gloxinia? – Gerheade le llamó, ayudándole. El aludido necesitó apoyarse en ella, para quedar sentado. Pero incluso después, ella no dejó de rodear sus hombros.
    - ¿Ger… heade? – Al fin pudo mirarla directamente, siendo su sonrisa amable lo primero que vio.
    - Por fin te has despertado, Gloxinia.

    La voz de Margarita hizo reaccionar al Rey de las Hadas, que en cuanto vio a dos humanos, su expresión confusa cambió completamente a una hostil. Pese a su estado, su testarudez le permitió ponerse en pie y ponerse delante de Gerheade con un brazo extendido. Margarita y Roger se asustaron un poco por semejante reacción, porque no se la habían esperado.

    - ¡¿QUIÉNES SON ESTOS?! – Bramó. - ¡¿POR QUÉ ESTÁN CONTIGO, GERHEADE?!
    - Glo- Gloxinia cálmate. – Fue la respuesta de la aludida mientras el otro se mantenía en guardia. Pero sus piernas temblaban. – Gloxinia, por favor… ellos no son malas personas.
    - ¡¿Acaso piensas que voy a creérmelo?! ¡Recuerda lo que te hicieron los humanos hace tres mil años!
    - Espera, espera. – Roger rápidamente se puso frente a Margarita sólo por si acaso a Gloxinia se le cruzaba la idea de atacarla. – Puedo entender perfectamente que no te fíes de nosotros, pero has estado cinco días inconsciente y te hemos cuidado, tanto a Gerheade como a ti.
    - Es la verdad, Gloxinia. – Dijo Margarita detrás de Roger.

    Pero la expresión de Gloxinia era afilada, y no se relajaba ni un pelo. Detrás, Gerheade le observaba con la súplica reflejada en su cara. Ella tocó el hombro del que era su hermano para llamar su atención y aunque no quiso, Gloxinia terminó girando su rostro para mirarla y ver cómo asentía. Aunque Gloxinia no quería ceder, decidió darle un voto de confianza a esos humanos y dejó de estar tan tenso. Como consecuencia, Gerheade tuvo que sujetarlo antes de que cayera, ayudándole a sentarse de nuevo. Roger suspiró, y se dio la vuelta para asegurarse de que Margarita estaba bien. Aunque ella parecía un poco disgustada, Roger sabía que eso se le pasaría.

    - Roger, ¿nos vamos a dormir un rato?
    - Claro. Me vendrá bien descansar. Gerheade, si necesitas cualquier cosa ya sabes.
    - Sí. Gracias, Roger.

    El hada los vio irse. Gerheade sabía por qué lo hacía, y estaba convencida que Gloxinia también. Pese a que su hermano había dado su brazo a torcer, lo había hecho sólo por ella. Gloxinia no dijo nada, sólo se acercó al sillón para apoyarse. Miró a Gerheade que puso un par de cojines detrás de él para que estuviera más cómodo para después hacer un poco más de espacio para sus alas. El hecho de que fueran tan grandes también traía sus problemas.

    - ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, Gerheade?
    - Bueno… cuando fuimos arrastrados por esa fuerza extraña que nos metió en ese extraño portal, llegamos a este mundo tan raro. Desperté mucho antes que tú y pedí por ayuda. Esa humana fue la que nos ayudó y nos acogió en su casa. El chico se llama Roger, es su pareja.
    - ¿Su pareja? – Repitió. - ¿Están casados? – Ahí iba la curiosidad innata del Rey de las Hadas, en un tono infantil.
    - En realidad no. Ya sabes que los humanos no hacen lo mismo que nosotros…

    Gloxinia se quedó en un silencio que inquietó a Gerheade. Esos ojos de color miel parecían intentar decirle algo, pero sin hacerlo. Su cuerpo tuvo un escalofrío que no logró comprender.

    - ¿Has estado esos cinco días con esos dos humanos?
    - ¿Qué otra cosa podía hacer? Estabas herido, ¡y sigues herido, por cierto! – Señaló. – Necesitabas ayuda cuanto antes. Margarita apareció y al traerme a su casa, fue que pude curar tus alas.

    Fue un momento en el que Gloxinia se miró a sí mismo, tanto como pudo. Mover las alas supuso un dolor intenso que casi le hacía gritar y se contuvo a medias. A pesar de eso, Gerheade le animaba a hacerlo de nuevo, para que fuera adaptándose de nuevo al movimiento. El rato que duró eso, fue insoportable para Gloxinia que por fin pudo descansar después. Gerheade le dio un poco de té, a sabiendas de que no lo aceptaría si Margarita aparecía y se lo hacía. El odio de Gloxinia hacia los humanos todavía existía por los eventos sucedidos en su mundo hace tres mil años.

    Mientras se tomaba un respiro, Gerheade le contaba la situación actual de los humanos: estaban en cuarentena porque al parecer había una epidemia cuya enfermedad ya había llegado a varios países. Pese a que Gloxinia seguía convenciéndose a sí mismo de que no lamentaría que murieran unos cuantos miles, sintió interés por lo que ocurría… hasta que escuchó que tenían prohibido salir de la casa en la que ahora habían pasado a vivir. En un acto llevado por su carácter extrovertido, Gloxinia se llevó las manos a la cabeza para contener la histeria.

    - ¡Esto es el colmo! ¡¿Me estás diciendo que estoy forzado a convivir con esos humanos?!
    - Eso me temo. De lo contrario, nos podríamos infectar los dos…
    - Ni en broma, es que ni de coña. – Intentó ponerse de pie, pero fue inútil. Su cuerpo no le respondió. – Maldita sea…
    - Lo siento, Gloxinia… - Gerheade bajó la cabeza. – Fui yo la que pidió por ayuda porque no sabía qué hacer y porque no sabía dónde estaba… si hubiera tenido un poco más de iniciativa… - Apretó las manos, por la frustración. Ella se calló, dándole tiempo a que Gloxinia le prestara atención antes de sostener una de sus manos para sorprenderla al entrelazarla con la suya.
    - Puede que no me guste estar con humanos, pero… quién sabe lo que nos hubiese pasado si no hubieras pedido ayuda. – Sonreía. – Al contrario que yo, tú siempre tomas buenas decisiones. Y esta no ha sido la excepción.

    El silencio que se formó entre ellos era completamente distinto del de antes. La tensión era diferente. El contacto visual mutuo se mantuvo durante un largo periodo de tiempo de más de media hora, en el que en los ojos de ambos parecían salir a flote esos sentimientos que habían estado ocultos. La forma de mirar de Gloxinia que siempre había avergonzado a Gerheade, y la había hecho tener miedo por no saber enfrentarla… como si su dueño le estuviera diciendo algo prohibido, y como si viera a través de ella. Pero Gerheade ni siquiera rechazó el contacto físico establecido con las manos. Gloxinia no la soltaba, y acariciaba el dorso de su mano con su pulgar. El corazón de Gerheade terminó de acelerarse cuando el Rey de las Hadas la acercó a él para abrazarla.

    Desde pequeña, estar entre los brazos de Gloxinia siempre había sido sinónimo del amor que no encontró en sus padres que la abandonaron por motivos que ella todavía desconocía, y que prefería no conocer. Y el aroma del Rey Hada era sinónimo de protección para ella. Allá donde estuviera él, era un lugar seguro en el que no le pasaría nada. La prueba de ello era el Reino de las Hadas que se mantuvo a salvo antes de la Guerra Santa… una guerra que los marcó a los dos… a Gerheade incluso físicamente. Fue una guerra donde los dos sintieron que todo lo que amaron les fue arrebatado. Y ellos lo sabían bien.

    - Sigues oliendo a menta… - Susurraba Gloxinia. Ella se quedó callada, porque su cara competía contra un pimiento rojo.

    La prueba en que eso no la había molestado es que ella todavía le abrazaba. Como nunca solía llevar nada que tapara la parte superior de su cuerpo, Gloxinia podía sentir las manos de Gerheade en su espalda. Notaba la mente de Gerheade entre la tranquilidad y el nerviosismo. Lamentó no poder hacer mucho más.

    Los días fueron pasando, especialmente lentos para Margarita y Gloxinia. El Rey Hada aprendía a tolerar la presencia de esos humanos, sólo por Gerheade. Sin embargo, no le era nada fácil cuando la veía interactuar con Roger y reconocía dentro de sí mismo los celos. Si bien, Gerheade no tenía contacto físico con cualquiera, pero ese humano parecía otra excepción. ¿Acaso sería importante para ella? Desde la barandilla de metal del balcón los observaba a los dos, mientras él se dedicaba a mover las alas que cada día tenían un mejor aspecto. El dolor ya iba a menos, aunque eso era lo que menos le interesaba a Gloxinia.

    Se había dado cuenta de cómo era el mundo de los humanos. Y le sorprendía ver las calles tan vacías. Puede que Gerheade le hubiera contado la verdad y realmente existía una epidemia contra la que los humanos luchaban. Además, estaba el hecho de que Margarita y Roger les habían pedido no salir de casa, no sólo por el virus, sino también porque eran hadas y la gente podría reaccionar mal. Sin embargo, fue Gerheade la primera en preocuparse, no por las personas sino por lo que Gloxinia podría hacerles. Ella sabía perfectamente que su hermano todavía despreciaba a la raza humana y era muy capaz de asesinar a todo aquel que se pusiera delante de él porque era incapaz de controlar su ira.

    Margarita se había dado cuenta que entre Gerheade y Gloxinia existía un tipo de tensión que Roger también identificó. Esos dos se gustaban, se habían enamorado el uno del otro desde vete a saber cuándo. Ninguno entendía por qué no se atrevían a dar el paso. Margarita ya le estuvo dando vueltas a ese detalle que Gloxinia gritó cuando se despertó aquel día… sobre un hecho acontecido hacía tres mil años, en el mundo del que ellos procedían. ¿Tendría algo que ver con sus sentimientos?

    - ¿Gerheade? – Se acercó a ella. - ¿Te apetece darte un baño conmigo? – Al hacer esa pregunta, provocó que tanto Roger como Gloxinia las mirasen.
    - ¿Eh? Uh… bueno… - Bajó la cabeza. – Prefiero hacerlo sola…
    - ¿Pero sabes usar una ducha? – Insistió, sin recibir respuesta.
    - Venga, mujer, si no pasa nada. – Decía Roger, para animarla. Gloxinia frunció el ceño desde el balcón y estuvo a punto de intervenir de no ser porque vio que Gerheade se dirigía hacia Margarita y asentía con la cabeza.
    «Pedazo de tonta…», fue lo que pensó mientras sentía su corazón ser estrujado por saber a lo que Gerheade se enfrentaba. Era el drama de cada día para ella, verse a sí misma y saber que a su cuerpo le faltaba algo de lo que antes se sintió tan… femenina.

    Margarita notó tensa al hada, y se preocupó. Cuando entraron al baño, Gerheade se quedó sentada encima del inodoro mientras Margarita preparaba la bañera, teniendo en cuenta que el agua no estuviera excesivamente caliente para Gerheade a la que miró con una sonrisa y le dio un abrazo para intentar calmarla. No surtió mucho efecto. Por suerte había una pequeña ventana que daba a la calle, y que Margarita abrió un poco para que la sala no se llenara de vapor. Eso la agobiaba bastante. Puso una toalla en el suelo, y dejó un par de ellas sobre el lavabo, junto con otras dos pequeñas para el pelo.

    - Puedes comenzar a desvestirte si quieres. – Le ofreció.

    El semblante de Gerheade se puso especialmente tenso, y serio. Llevándose la mano al pecho, sintió la inseguridad y el miedo apoderarse de ella. Sus complejos vinieron todos de golpe, y fue completamente incapaz de quitarse el holgado vestido que ocultaba su figura de cintura para abajo, haciéndola parecer más grande y ancha de lo que en realidad era. En silencio, Gerheade admiró el cuerpo de Margarita. El cuerpo de una mujer completa, con dos hermosas piernas finas y bien depiladas; una cadera que pronunciaba sus curvas femeninas antes de dar paso a un abdomen plano y unos pechos envidiables. Ella siempre se había fijado mucho en el cuerpo femenino de cualquier mujer, fuera humana o fuera hada. Mirándose a sí misma, sólo era capaz de sentir asco… ella no tenía dos piernas hermosas, porque directamente no tenía piernas.

    Margarita se dio cuenta de que le pasaba algo, así que se agachó para mirarla.

    - ¿Estás bien, Gerheade? – Preguntó, mientras sostenía sus manos para demostrarle apoyo.
    - Es que… no soy tan… - Intentaba explicarse, pero el temor la hacía callar.
    - ¿Te preocupa que piense algo malo de ti por verte desnuda? – Vio cómo el hada asentía con la cabeza en silencio. – Si quieres que te sea sincera, Roger y yo ya nos dimos cuenta que te pasaba algo, pero no quisimos preguntar por respeto a ti. No te sientas obligada a bañarte conmigo si no quieres, de verdad.

    En la mente de Margarita sólo había consideración hacia ella, y la mejor de las intenciones. Por eso Gerheade se sentía en confianza. Difícilmente había podido encontrar a seres humanos con tal corazón desprovisto de maldad y con malos propósitos. En comparación con Margarita, su cuerpo era pequeño y temblaba como una hojita. Pero entonces un abrazo de esa humana la sorprendió, y más porque estaba desnuda delante de ella y no parecía sentir ningún pudor. Pudo notar el cabello corto y castaño de Margarita rozar sus orejas. Margarita la acogía entre sus brazos para darle cariño y a Gerheade casi le recordó a Gloxinia… pero los abrazos de él eran muy diferentes. La manera en la que él la abrazaba no tenía punto de comparación. O quizá era la sensación que ella tenía. Su relación con Gloxinia siempre había sido distinta con el resto de relaciones que había establecido.

    Al final terminó accediendo a tomarse un baño, tomando la valiente decisión de quitarse la ropa. Margarita no dudó en ayudarla, para no dañar las alas del hada. En silencio, Margarita contempló que, efectivamente, Gerheade carecía de piernas. En su lugar, había dos muñones en la mitad de sus muslos, como si sus piernas hubieran sido cortadas de forma cruel y repentina, porque las cicatrices no eran agradables de ver. El hada sólo yacía cabizbaja, consciente de que no lucía precisamente bonita. Sólo Gloxinia solía decirle que con o sin piernas, ella seguía siendo una mujer completa. Pero Gerheade nunca terminaba de creérselo.

    Sin decir nada, Gerheade se metió en el agua. Quizá estaba un poco más caliente de lo que acostumbraba, pero le vendría bien. Sin el turbante, dejó que Margarita mojara su cabeza y se dedicara a lavarle la cabeza mientras ella continuaba sujetando sus brazos, casi cruzándolos. Margarita la notaba especialmente tensa, así que volvió a abrazarla por la espalda.

    - ¿Sabes? Me encanta el cuerpecillo que tienes. – Le dijo Margarita. – Quién me iba a decir que serías tan fina debajo de ese vestido.
    - ¿No te parezco… horrible? – Preguntó en voz muy baja, con el miedo de ser escuchada. Y efectivamente lo fue.
    - Bueno, ¿qué te puedo decir? Sé que debió de pasarte algo terrible para que te hicieran eso, pero, ¿quieres saber una cosa? La feminidad de una mujer no depende de sus piernas, sino de sí misma.
    - No, eso no es verdad. – Contestó. – Me veo horrible. – Llevó una de sus manos al lado derecho de su rostro. - ¿Cómo puedes decir que soy bella cuando no estoy completa? Con tan sólo mirarme al espejo, yo…
    - Lo sé por la forma en la que Gloxinia te mira. – Eso la silenció por completo. – Roger y yo hemos pasado por esa etapa, por eso me doy cuenta. Y, además, yo también pienso que eres muy guapa.

    Gerheade no dijo nada, y Margarita aclaró el pelo del hada, antes de frotarle con cuidado la espalda, para no hacer daño la raíz de la que nacían sus alas. Esas alas blancas y ligeramente abiertas para darle espacio. Gerheade leía la mente de Margarita con facilidad, y sentía una vergüenza similar, aunque ligeramente diferente de cuando Gloxinia le decía que era el hada más bella que había llegado a ver, algo que Gerheade siempre había considerado una mentira. ¿Pero por qué siempre tenía al Rey de las Hadas metido en su cabeza? La manera en la que reaccionaba ante él, la forma en la que él reaccionaba ante ella…

    Luego le llegó el turno a Gerheade a ayudar a Margarita para limpiar su espalda. El hada lo hacía de forma pensativa, y taciturna. En su mente, mientras recordaba los momentos compartidos con Gloxinia, resonaban también las palabras de Margarita: «lo sé por la forma en la que Gloxinia te mira». ¿Qué quería decir eso exactamente? Era su hermano, pero ahora que lo pensaba… Gerhade detuvo sus manos cuando algo pasó por su cabeza. Margarita la miró, girándose un poco.

    - ¿Va todo bien, Gerheade? – Tuvo que llamar su atención con esa pregunta.
    - Sí, es sólo que… - Bajó la cabeza. – Me acabo de dar cuenta que Gloxinia… pocas veces me ha tratado como a su hermana…
    - ¿Qué quieres decir? – Gerheade alzó su rostro.
    - Él siempre me ha tratado como a su mujer… - Sus mejillas se tiñeron de rojo cuando dijo eso. Margarita sonrió.
    - Para Roger y para mí era muy evidente. – Acarició los brazos del hada con sus manos. – Nosotros dos estamos convencidos de que Gloxinia te ama, no como a su hermana, sino como al amor de su vida.
    - ¡Pero eso no es correcto! ¡Somos hermanos! ¡Eso…! – Tragó saliva. – Eso es imposible… ¿no?
    - Me temo que eso tendrás que hablarlo con él, no puedo responderte a eso. – Se encogió de hombros. – Seguro que tiene un motivo para hacer eso. Además, tienes que tener presente que es el corazón quien elige.

    Gerheade suspiró. ¿Cómo era eso posible? Si eran hermanos, no podían enamorarse entre sí. Pero quizá Margarita tuviera razón y Gloxinia le ocultaba algo. Él siempre había evadido el tema familiar, y ahí es cuando las palabras de Margarita cobraban fuerza. ¿Y si tenía razón? ¿y si realmente Gloxinia le escondía algo?

    Al salir de la bañera, Margarita salió con una toalla puesta sin escaparse de la miradita que le echó Roger, asomado desde el sofá. El chaval llamó a Gloxinia para que hiciera lo mismo, pero el hada le ignoró completamente pese a tener la tentación de imitarle. Él nunca había visto a Gerheade con algo que no fuera un vestido holgado que escondiera su figura. Por eso regresó al balcón, dejando que los rayos del sol iluminaran sus alas, las cuales movía tan lentamente como si fuera una mariposa posada en una flor. La energía solar le venía bien, pues cada día que pasaba, sus alas tenían un mejor aspecto y cobraban ese brillo y esos colores tan vivos. No por algo era la única hada cuyas alas tenían los colores del arco iris.

    Los próximos días que vinieron no fueron agradables para Gloxinia, quien observaba el exterior a través de la puerta del balcón cerrada porque fuera llovía. Ya no podía estar sentado tomando el sol. Si intentaba salir, sus alas se empaparían y alzar el vuelo sería misión imposible. Así que, como un niño pequeño, estaba tumbado bocabajo con las piernas hacia arriba, apoyándose sobre sus brazos, viendo la lluvia. Sobre un cojín, Gerheade estaba a su lado, observándole a él. Margarita y Roger miraban las noticias que hablaban sobre dos semanas más de cuarentena porque el pico alto del virus se acercaba. Habían extremado las medidas, a tal punto de que si salían sin un motivo de peso serían multados por ello. Ni Gloxinia ni Gerheade lo comprendían, todo les era muy ajeno, por eso no hacían mucho caso.

    - Qué día más horrible… - Decía Gloxinia. – No para de llover. Es deprimente.
    - Sí, al menos con el sol todo se hacía más ameno…
    - A este paso nuestras alas se van a morir del asco… - Gloxinia movía las suyas, pese al limitado espacio que tenía. – Si pudiera volar por aquí…
    - Nada de eso, Gloxinia. – Le reprendía Margarita nada más oírle. – La última vez lo dejaste todo hecho un caos.
    - ¿Qué? No es culpa mía. Mis alas son grandes, tienen fuerza.
    - Me da igual. Nada de volar por casa.
    - Tssss… - Hizo el hada.

    Gerheade se rio, aunque se dio cuenta que en pocos minutos la mirada de Gloxinia estaba sobre ella… o el vestidito blanco que usaba. Eso la avergonzó y tiró de la falda hacia abajo, pero no le servía de mucho. Margarita le prestaba la ropa de su prima, que tenía su talla según le había dicho, justamente para que luciera un poco esa bonita figura que tenía y de la que Gloxinia no perdía detalle. El repaso visual que le hacía era verdaderamente descarado en toda regla, y Gerheade estuvo a punto de lanzarle un cojín de no ser porque inesperadamente el Rey de las Hadas se le acercó y se apoyó en ella como usándola de almohada… o lo que fuera. Eso la alteró.

    - ¡¿Qué estás… haciendo?!
    - Estoy aburrido… y con esta lluvia no puedo salir…
    - Pues, eh… esto… - Gerheade no sabía ni qué responder. Gloxinia era un poco impredecible, especialmente cuando no había nada para hacer.

    Para los dos era la primera vez que eran obligados a estar encerrados, sin poder salir. Pese a que ninguno había demostrado tener miedo, cierto era que para Gerheade también era la primera vez que pasaba tantísimo tiempo con Gloxinia. La conversación que tuvo con Margarita en el baño no la ayudaba. Y es que, en esta cuarentena, el hada no dejaba de pensar si era cosa suya y su cabecita que le hacían pensar que realmente el Rey de las Hadas la había estado tratando como a su mujer todo este tiempo, en vez de a su hermana menor. Y se sentía contrariada por el simple hecho de que una idea como esa la pusiera tan feliz, y celosa a la vez frente a una realidad en la que cualquier otra hada pudiera ser su esposa.

    - ¿Cómo crees que estará el bosque, Gerheade? – La pregunta del pelirrojo la sacó de sus pensamientos.
    - Seguro que tiene que hacer un clima estupendo… suele hacer sol allí.
    - Es verdad… y mucho espacio para volar…
    - Siento que mi casa sea tan pequeña. – Protestó Margarita.
    - Con esas alas, no es nada raro. – Habló Roger, medio tumbado en el sofá comiendo unas palomitas. – Pero me he fijado que brillan.
    - ¿Brillar?
    - Sí, como la purpurina.
    - Es por el polvo de hada. – Contestaba Gloxinia. – Mis alas lo producen por sí solas.

    Roger y Margarita se sorprendieron, aunque Gloxinia no quiso dar más detalles. Gerheade le notó incómodo, de modo que acarició su cabello. Eso sirvió para que se relajara, pero sin quitarse de encima de su regazo. Al Rey de las Hadas no le importaba que Gerheade no tuviera piernas, de hecho, para él nunca había sido un problema. Tal y como Gerheade recordaba, Gloxinia en muchas ocasiones le había repetido hasta el cansancio lo guapa que le parecía. Hasta le solía decir que el blanco era el color que más le favorecía. Pero… tal y como estaba su cuerpo ahora, ¿podía considerarse atractiva? De hecho… ¿tenía el derecho a sentirse guapa?

    - Joder, qué aburrida está la tele hoy. – Roger no paraba de cambiar.
    - Es domingo, ¿qué te esperas?
    - Odio los domingos.
    - Anda, trae aquí. – Margarita le quitó el mando. – Cambias demasiado rápido de canal, ¿cómo vas a saber lo que hay?
    - Por el título.
    - No te fíes de lo que dice el título, ya sabemos que a veces no es así.

    Pese a que ya había pasado un pequeño tiempo desde que llevaba conviviendo con ellos, a Gerheade le seguía extrañando el comportamiento de los humanos. Para ella, era una sorpresa constante. ¿Cómo podían discutir por algo así? Incluso la tecnología que poseían era impresionante. Como hada, no tenía nada así en el Reino de las Hadas. Gloxinia era el único a quien no le importaba nada de nada, mientras ella estuviera bien. Eso era lo único que le interesaba al pelirrojo, quien, en un intento por abrazarla y rodear su cintura, se había quedado dormido con las manos rozando sus glúteos. Gerheade volvió a ponerse colorada, pero una parte de ella dominante no quiso apartar a Gloxinia de ella. Y eso sólo le sirvió para cuestionarse a sí misma qué demonios hacía. Puede que la cuarentena la estuviera afectando más de lo que creía.

    Para cuando se despertó, lo primero que vieron esos ojos del color de la miel fue la mirada amatista de Gerheade, quien parecía llevar rato intentando despertarle. Con el pelo hecho un desastre, Gloxinia bostezó y se rascó la cabeza con una cara de dormido que hasta hizo reír a Roger.

    - ¿Qué pasa?
    - Es hora de cenar.
    - He preparado algo sencillo para vosotros, ya que no podéis comer carne. – Margarita había puesto la mesa, junto a su pareja. En ese momento, Gloxinia se distrajo mirando el exterior.
    - ¿Eeeeeeeeeeeeeeeeeh? – Hizo tope decepcionado. - ¿Pero es que todavía está lloviendo?
    - No ha parado, no.
    - No me lo puedo creer… - Para qué se había levantado, fue lo que pensó Gloxinia, que se dejó caer al suelo para estarse sentadito en el mismo como si fuera un indio. - ¿Es que no va a parar nunca? Mis alas necesitan moverse.
    - ¿Hasta cuándo vas a seguir actuando como un crío? – Le reprendía Margarita. – Ven y siéntate para cenar, ¿quieres?
    - No. No quiero. Yo quiero volar.
    - Oh no.

    Roger se acercó al Rey de las Hadas para detenerle justo cuando intentó abrir la puerta del balcón. Empezó una discusión entre los dos, aunque se notaba que Gloxinia no quería hacer daño a Roger y simplemente protestaba de forma infantil. Se notaba en su tono de voz. Pero mientras Margarita se cruzaba de brazos y renegaba, Gerheade por su lado se percató de que el brillo de las alas del pelirrojo se apagaba. Esos colores tan vivos… ya no eran… ¿tan vivos? Eso la preocupó, así que se acercó. Eso provocó que Gloxinia dejara de intentar salir, supuestamente. Se centró en ella.

    - Gloxinia… - Susurró su nombre. Por nervios, tiró de la falda de su vestido blanco hacia abajo, por si al Rey Hada le daba por hacerle un repaso visual descarado. Roger también había parado, pero sin dejar de sujetar al aludido.
    - ¿Qué pasa, Gerheade?
    - Tus alas…

    El pelirrojo giró su rostro y se percató de por qué Gerheade tenía la cara tan seria. Gloxinia tampoco pareció muy contento al ver que sus alas se apagaban. Roger no dejaba de observarlos a los dos, curiosamente, con Gloxinia entre sus brazos. Margarita se acercó para ver si podía sugerir alguna solución:

    - ¿Tal vez algo de luz sirva?
    - Es por la falta de movimiento, seguro. – Decía el Rey de las Hadas.
    - ¿Y no te duelen?
    - Qué va. Sólo dolería si fuera en la raíz, que es de donde salen. – Señaló su espalda.
    - Claro, quizá por eso insistías en volar. – Roger hizo memoria, recordando los momentos en los que el pelirrojo repetía lo mismo sobre mover sus alas y se quejaba por la falta de espacio.
    - Como veis, tener alas grandes no siempre es tan agradable. Hace que los sitios pequeños me agobien.
    - ¿Y pretendías salir con esta lluvia? – Margarita se cruzó de brazos. Gloxinia se encogió de hombros, en una sonrisa pillina. – Eres un caso.
    - El aburrimiento, que todo lo puede.
    - ¿Y qué hacemos? – Preguntó Roger. – No me parece que sea algo bueno el que luzcan así ahora mismo.
    - No lo sé. – Margarita miró a Gerheade. - ¿Tal vez… masajearlas?

    Gerheade no supo contestar. El que las alas de Gloxinia estuvieran así era algo que no había ocurrido, ciertamente porque el pelirrojo había podido volar cada día. Esa parte de ejercicio no le había faltado. Pero era verdad que la falta de espacio también lo perjudicaba. Por eso el Árbol Sagrado del Reino de las Hadas era tan gigantesco. Pero ahora no estaba allí, lo cual Gerheade lamentaba, y puede que fuera lo mismo para Gloxinia que llevaba tres mil años sin pisar su hogar.

    - Podría servir. – Dijo ella, sin estar convencida.
    - Yo no puedo hacerlo. – Gloxinia volvió a encogerse de hombros por segunda vez. – Son demasiado grandes como para hacerlo yo.
    - Si quieres me puedo encargar de eso. – Fue la iniciativa de Gerheade. – Después de todo… siempre he sido yo la que se ha encargado de cuidar de la salud de tus alas.
    - Huh, es verdad. Casi se me olvidaba eso. Buen punto, Gerheade.
    - Pero será después de la cena, ¿vale, chicos? – Sonrió Margarita, contenta de que el asunto hubiera sido zanjado.

    Los dos accedieron y con el ruido de la televisión de fondo, fue que cenaron. Gloxinia tenía que poner la silla de lado para la comodidad de sus alas. Pero ver comer a los humanos era un espectáculo tanto para Gerheade como para él. Ellos nunca habían siquiera tenido la idea de qué sabor tendría la carne, que estaba estrictamente prohibida en su alimentación porque era tóxica para ellos. En su lugar, Margarita había tenido el detalle de prepararles una ensalada variada con según las cosas que Gerheade le había contado sobre de qué se alimentaban. Era como… la dieta de un vegano, básicamente. Complicado teniendo en cuenta que estaban en cuarentena. Pero incluso Gloxinia parecía haber aprendido a convivir con ellos, ya no era tan hostil como antes, aunque sí se mostraba más desconfiado y distante que Gerheade.

    Cuando la pareja se fue a dormir, las dos hadas permanecieron en mutua compañía. Gerheade se ocupaba de las alas de Gloxinia, habiendo apartado los muebles más cercanos para tener más espacio, y moverlas mejor. Hacía tiempo que no las tocaba y el tacto se le hacía especialmente nostálgico, sobre todo porque ese polvo de hada quedaba en sus manos. Gloxinia no decía nada, y para cuando terminó, Gerheade se sentó a su lado, sobre un cojín que había pillado.

    - ¿Gloxinia? – Le llamó, haciendo que él la mirara. – Me gustaría hablar contigo sobre algo. – Dijo, desconcertándole. – Es sobre… nuestra familia. ¿De verdad que es «nuestra»? – Preguntaba recalcando la última palabra. El pelirrojo se quedó especialmente callado, flexionando sus piernas y abrazándolas para apoyar su cabeza en ellas. Su relajada expresión cambió a una tensa. En varios minutos, su silencio se prolongó hasta romperlo con un suspiro.
    - Sabía que tarde o temprano querrías saberlo… - Contestaba. – Siempre pensé que sería mejor ocultártelo, pero supongo que la verdad termina saliendo a la luz.
    - ¿Ocultármelo? ¿el qué? ¿de qué hablas? – Llevó una mano a su pecho, y se inquietó todavía más cuando Gloxinia le miró antes de enrojecer como una manzana y esconder su cara entre sus brazos, sin embargo, sus largas orejas le delataban completamente. – Gloxinia, por favor… cuéntamelo.
    - En realidad, no eres mi hermana biológica… - Empezó a explicar tras cinco minutos, sin levantar la cabeza. – En esa época ya se rumoreaba que el Árbol Sagrado me escogería como a su rey, para proteger nuestro hogar, así que mis padres me presionaron para encontrar una pareja con la que formar una familia. Pero yo estaba asustado ante esa idea. Y entonces apareciste tú. A mis padres les gustaste desde el primer momento, y aprovecharon que eras pequeña y que no sabías mi situación para elegirte como… a mi prometida.

    Gerheade se quedó paralizada en el sitio. Aunque en su corazón sintió cómo si un peso le fuera quitado de encima, esa revelación fue impactante para ella. Pese a haber obtenido respuestas, sus dudas se multiplicaron. Fue incapaz de apartar la vista de Gloxinia, quien ante ella parecía cohibido al estar revelándole semejante verdad. Era completamente diferente de cómo Gerheade se lo esperaba. Su corazón empezó a latir más rápido, acelerando el resto de su cuerpo.

    - E- entonces… ¿soy… soy tu prometida? – Preguntó sin obtener una respuesta. Ella trató de esperar, pero Gloxinia no parecía muy animado a querer siquiera un contacto visual. – Gloxinia, ¿por qué tú…? ¿por qué no me lo dijiste? – Se acercó a él, para poner una de sus manos en el hombro del Rey Hada.
    - No quería que te casaras con alguien al que no amaras. – Gerheade abrió su único ojo, sorprendida. – En nuestro hogar hubo casos en que algunas hadas morían de tristeza, y tenía miedo de que pudiera pasarte algo así. Por eso… decidí callármelo, especialmente cuando ocurrió lo de Rou.

    Gerheade tragó saliva. Nunca había olvidado el primer humano del que ella se enamoró en una situación más que trágica, antes de verle morir a manos de Gloxinia en un descontrol de ira que se transformó en un profundo odio, a tal punto que él ni siquiera quiso acercársele a ella para ver, si en ese momento, seguía con vida al estar cubierta de sangre… y con las alas cortadas. ¿Acaso Gloxinia había estado pensando una y otra vez esos sucesos de hace tres mil años? ¿la había estado amando durante tantísimo tiempo? Gloxinia la había visto tontear con ese humano, amándola en silencio por estar escondiendo una verdad que ahora acababa de revelarle. Gerheade no pudo ni imaginar los celos que tuvo que sentir el pelirrojo, por el simple hecho que, por su decisión, habría dado por sentado que él jamás tendría algo así con ella. Y todo, por su felicidad.

    No era sólo eso, sino también que Gloxinia tuvo en cuenta sus prioridades, sus sentimientos. No necesitaba una explicación de su parte para que Gerheade se diera cuenta que en realidad el Rey Hada había estado pensando siempre en ella a pesar de tomar esas decisiones que le hicieron incapaz de protegerla, pasando después por un profundo sentimiento de culpa. Pero todo eso carecía de importancia ante la idea de que ese amor que él le había profesado eran tan longevo. Un amor de tres milenios. Gerheade ya había visto que esos sentimientos solían terminar perdidos en el flujo del tiempo que pasaba de forma implacable para todos los seres vivos. Además… Gloxinia siempre había estado a su lado, en las buenas y en las malas. ¿Cómo había podido estar ignorando lo que él sentía?

    Justo en este instante, mirándole, en la mente de Gerheade encajaron todas esas ocasiones en las que vio a Gloxinia enfadarse repentinamente con Rou sin aparentemente un motivo, rechazando la posibilidad de hablar con ella para intentar resolver el problema que tuviera. El único problema que hubo fue ese amor que nunca pudo demostrarle, al menos no directamente.

    - Gloxinia… - Susurró, una vez lo comprendió todo. Con una sonrisa, se sentó a su lado para rodear sus hombros en un pequeño abrazo mientras apoyaba su cabeza sobre la de él. Respetaba el que Gloxinia no quisiera mostrarle la expresión de su rostro, con ver esas orejas enrojecidas ya era suficiente.
    - Lo siento… soy un cobarde.
    - No, no lo eres. Se necesita de mucha fortaleza para hacer lo que has hecho durante estos tres mil años. No es nada fácil esconder lo que siente el corazón. Puedo entender por qué lo hiciste. – Hablaba con calma y suavidad, sin apartarse del Rey Hada que fue levantando poco a poco su cabeza, para mirarla.
    - ¿No estás… enfadada conmigo?
    - No, no lo estoy. – Gerheade tuvo que contenerse para no decirle tan abiertamente a su interlocutor la cara tan adorable que tenía. – No sería justo para ti cuando siempre he sido tu prioridad, ¿me equivoco? – Acariciaba el cabello rojo del otro, sin apartar su vista de él.

    En completo silencio, y pese a sentirse tan cohibido al haber confesado por fin su secreto de tres milenios, Gloxinia se permitió rodear la cadera de Gerheade para atraerla a él. Ella en respuesta le dejó apoyarse en su pecho, abrazando su cuello y acariciando su rostro. Él no se atrevió a decir nada, por el momento, se conformaba con que Gerheade hubiera aceptado sus sentimientos y valorado el tremendo esfuerzo que había sido el dejarla hacer su vida de forma libre, aunque fuera a costa de sacrificarse una y otra vez para que Gerheade fuera feliz. Ahora es como si el universo se lo estuviera recompensando, a pesar de los errores cometidos.

    Sólo quedaba el ruido de la lluvia que veían caer gracias a la luz de las farolas de la calle. En plena oscuridad y en el salón, era un momento más que ideal para pasarlo juntos de esa manera. ¿Quién iba a decirles que permanecer obligados a estar en una casa que no era la de ellos, iba a provocar todo esto? Puede que el simple hecho de estar encerrados hubiera puesto sus sentimientos a flor de piel, sobre todo para Gloxinia que se había tenido que controlar constantemente. Mantener a raya sus sentimientos y sus emociones había sido algo parecido a una tortura que no terminaba. Especialmente cuando aparecía otro hombre, fuera de la especie que fuera. Era inevitable que sintiera su sangre hervir por los celos, y tener que moderarse a sí mismo para no terminar asesinando a aquel que estuviera cerca de la que siempre había sido su prometida.

    Gerheade lo era todo para él. Ella era más importante que su propia vida.

    - Oye, Gloxinia. Si soy tu prometida… ¿cuándo deberíamos casarnos, según tú?
    - A estas alturas ya deberíamos estarlo… pero con todo lo que pasó… - Suspiró. – Pero no estás obligada a ello, Gerheade.
    - Ya lo sé. Pero… ¿no te haría ilusión, Gloxinia? – La pregunta que le formuló fue un golpe muy bajo para el aludido, que se sonrojó antes de volver a esconder su cara, haciendo reír a la chica.
    - Gerheade, eres un poco cruel conmigo… - Pero todavía fue capaz de protestar de forma infantil.
    - Lo siento, es que me ha hecho gracia. – Y se apartó para ponerse enfrente de él. - ¿Sabes? Yo también tengo que confesarte algo. – Dijo, tocando las manos del Rey Hada. – Antes nunca podía entenderlo, y menos porque pensaba que era tu hermana, pero me sentía… enfadada por aquellas hadas que se acercaban a ti y podían actuar de una manera tan… femenina, supongo. Ya sabes que… después de lo que pasó con Rou no fui capaz de llevar vestidos cortos o dejar la mitad de mi rostro tan descubierta. Por eso no me consideraba tan… atractiva, especialmente para ti. – Explicaba mientras Gloxinia la miraba tras alzar la cabeza. – Nunca he podido creerme esas palabras que siempre me has dicho acerca de que soy muy guapa, solía preguntarme cómo podías considerarme guapa cuando mi cuerpo era tan… horrible.

    Gloxinia no dijo nada, pero se sintió culpable por el hecho de que Gerheade tuviera una percepción tan negativa sobre sí misma hacia su propio cuerpo. Él no estaba de acuerdo, pero claro, él no era Gerheade para saber qué se sentía tener un cuerpo mutilado. Ella llevaba muchísimo tiempo sin tener piernas, y tapando la cuenca derecha de su rostro en la que antes estuvo su ojo. Las cicatrices que eso le habían dejado, incluso en su mente y su corazón, era el resultado de lo que la crueldad humana podía hacer. La misma crueldad que le hizo perder el control a él hace tres milenios, asesinando a Rou sin saber que era inocente de lo que le hicieron a Gerheade, y acabando con todas las vidas humanas que se refugiaban en el bosque… sin importar si eran culpables o no.

    Todavía sentía miedo al recordar todo eso. Y ese temor aún existía en su interior, porque ese odio no había desaparecido. El odio que despertaba su ira, el odio que le hacía desconfiar de todo el mundo porque durante tres milenios siempre estuvo creyendo que Gerheade le fue arrebatada, al mismo tiempo que su motivo por vivir desaparecía y le hacía tomar la mala decisión de abandonar un hogar que le necesitaba, y muchísimos seres queridos que no supieron de él hasta que volvió gracias a un humano llamado Meliodas. Desde entonces no se había apartado de Gerheade y había demostrado una tendencia sobreprotectora con ella.

    - Es cierto que muchas hadas son muy bellas. – Soltó sin consideración alguna, haciendo fruncir el ceño a Gerheade. – Pero a mí siempre me has gustado tú. Que fueras mi prometida o no, no influyó. Puedo afirmarte que para mí fue un flechazo. – Y volvió a esconder su rostro, sin saber hasta cuánto soportaría semejante vergüenza.

    Gerheade le contempló en silencio. Algunas veces había intentado imaginar cómo sería Gloxinia en un sentido más… romántico, pero ahora lo estaba viendo. Y para ella la faceta tímida del Rey Hada frente a temas como los que trataban en estos momentos era nueva. Pero escuchar que él se enamoró de ella nada más verla le hizo tener una oleada de felicidad que su rostro no pudo ocultar.

    - ¿Sigues… sintiendo lo mismo incluso con este cuerpo horrible que tengo, Gloxinia? – Le preguntó suavemente.
    - El que terminaras así fue culpa mía. No pude protegerte… porque no llegué a tiempo. Lo siento mucho…
    - No pasa nada. – Redujo la distancia física, para tocar con su frente la cabeza del pelirrojo. – Yo estaba preparada para lo que fuera a suceder. Después de lo que llegaste a ver… no es nada raro que reaccionaras así. Yo dudé cuando había enemigos cerca.

    Buscó con sus manos el rostro de Gloxinia, hasta poder alzárselo sin que éste se resistiera. Su cara todavía estaba roja, quizá no tanto como el pelo rojo que tenía. Gerheade sonrió antes de darle un beso en la frente ante los ojos de color miel de Gloxinia, quien abrió sus piernas para poder abrazarla como Dios manda. Y menudo fue el rato que se tiraron abrazados, y es que compartir el calor mutuo ayudaba a combatir el frío provocado por la lluvia. Aunque Gerheade se separó al tener la idea de ir a por una manta, la cual usó para cubrirse con ella y compartirla con Gloxinia, quien simplemente se dejaba hacer como habitualmente pese a que tener algo encima de sus alas no fuera cómodo.

    Una vez más, lo único que se escuchaba era el sonido de la lluvia, con algún que otro relámpago. Gerheade se apoyaba en Gloxinia con una sonrisa en el rostro mientras él la miraba con esa dulzura, que, por fin, no tenía que esconder. Ya no había motivo para ocultar lo que sentía por el hada que estaba a su lado, el hada que todo lo era para él. Se quedaron ahí hasta acabar dormidos en el calor compartido.

    El día siguiente les saludó con un hermoso cielo despejado cuyo sol los saludaba. Gloxinia se puso contento y no dudó en abrir la puerta del balcón para salir y extender las alas que empezaron a coger más brillo en cuanto la luz las tocó mientras permanecía sentado en la barandilla. Roger se dedicaba a hacer el desayuno más dormido que despierto mientras Margarita estaba al lado de las dos hadas, ya que Gerheade se había acercado a Gloxinia. La forma de mirarse no pasó desapercibida para Margarita que decidió irse a la cocina para darles privacidad sin poder evitar una sonrisilla.

    - ¿Uh? ¿Margarita? ¿qué pasa?
    - Creo que los problemas de esos dos se han resuelto. – Afortunadamente la cocina tenía un espacio abierto al salón, de modo que tenía a los otros dos al alcance de la vista.
    - ¿A qué te refieres? – Roger se rascaba el culo, echando un bostezo. Margarita señaló a las hadas.
    - Pues… que ya son pareja.

    Eso pareció terminar de despertar a Roger, que desde su posición pudo ver un tímido beso por parte de Gloxinia y Gerheade, que tampoco duró tanto, sólo unos escasos segundos antes de que ella bajara la cabeza mientras se sonrojaba mientras el Rey Hada sujetaba sus manos con cariño.

    - Tú a mí nunca me despiertas así… - Protestó Roger en vez de sentir ternura por la escena, como Margarita.
    - Tu aliento apesta cada mañana. Anda, ve a lavarte los dientes.
    - ¿Eeeeeh? ¿ahora? Pero me da pereza.
    - ¿Quieres o no quieres un beso? Mira que hasta te dejo sin desayuno.
    - ¡No, no, no! Ya voy.

    Cuando se apartó, Gloxinia se puso de pie en la barandilla, ofreciéndole su mano a Gerheade que le contempló desconcertada. Él sonreía, asintiendo con la cabeza para darle confianza haciendo que Gerheade cediera sólo para sorprenderse cuando Gloxinia flotó en el aire, acercándola a él para besar el dorso de su mano. Las mejillas de Geheade se tiñeron de rojo.

    - ¿Te apetece bailar, Gerheade?
    - ¿Aquí?
    - Claro, no veo el problema.
    - Huh… hace mucho que no bailo…
    - Entonces… - La obligó a reducir la distancia física, al rodear su cadera con un brazo mientras sostenía de forma elegante y afectuosa la otra mano. – Deja que yo te guíe.
    - Gloxinia… - Tragó saliva. – Vale, pero… sólo un rato, ¿de acuerdo?

    El Rey Hada se limitó a responder con una sonrisa un tanto misteriosa, antes de empezar a moverse sin soltarla, al menos no demasiado. Desde dentro de la casa, Margarita les miraba en lo que Roger volvía del baño. Para los dos fue un espectáculo ver, por primera vez, la danza de las hadas, aunque les pareció que la de Gloxinia y Gerheade era diferente sólo por el vínculo que ahora les unía. Un vínculo que se había hecho más fuerte y estrecho gracias a un amor de tres milenios que por fin, había dado sus frutos.

    FIN

     
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    Hai! Vinc per deixar el review de l'altre fic, així ja remato els posts del reto especial.

    Quan he vist la llargada d'aquest fic m'han entrat tots els mals, perquè he tingut una nit de merda, un matí una mica estrany i una tarda de migranyes. De fet, he llegit la historia en dues parts amb una siesta pel mig perquè se'm passés, pro res. Però, la veritat? Aquest fic val les vint pàgines i el mal de cap. Buah, m'ha sentat molt bé llegir-lo tio.

    Recordo la gran majoria del que em vas explicar d'aquest parell. Vaig patir llegint la historia de la pobra Gerheade, encara que la de Gloxinia em va donar una mica igual. A més, des que va sortir el manga de Nanatsu no Taizai en castellà i una amiga de Llançà me'n va fer tanta propaganda que li tinc certa mania infundada (i més amb la horrible animació que té l'anime ara XD) però tio, m'he enamorat d'aquests dos. Recordo que em deies que et causaven molta diabetis i que no podies veure'ls com germans, i confrme anava avançant amb la història, buah, m'ha passat el mateix. Fins i tot m'he mirat fanart en el meu descans i ha estat crush instantani amb ells dos. Porras.

    M'he quedat fascinada imaginant les ales de Gloxinia mentres llegia com les curaven, feien massatges, com les estenia al sol com una papallona de veritat (és tradició familiar tenir un gust per les papallones, el meu avi el poruc -per entendre'ns- va descobrir una espècie totalment nova als Pirineus) i joder, sempre m'ha transmès molta calma una papallona reposant al sol. I sabent que les ales de Gloxinia tenen aquests colors, doncs ha estat com retrobar-me amb un gust que no sabia que tenia. 10/10 per les descripcions de les seves ales.

    Si només fos això el que m'interessa del fic, el review acabaria amb quatre paraules sobre la correcció per al reto i poc més. Realment t'ho vaig posar difícil per crear una situació realment vàlida i interessant per ficar en aquest parell, així que a banda de que Gloxinia estigués ferit (no sabem perquè, a no ser que estigués massa adormida llegint el fic XD) i que aparèixen allà, l'inici no té un supermegainterès. Lo guay es fa esperar (poc). Lo millor d'haver hagut de fotre a aquests dos al nostre món, pobrets, en plena quarentena, és que m'ha encantat veure a les fades barallant-se per sortir fora, i crec que descriu força bé a tots els "cayetanos" ricachones que volen anar de compres de Salamanca (que van manifestar-se i tot amb banderes i pujats a cotxes cars els molt fills de puta) i també descriu al personatge de a peu, amb dos dits de front i ganes de veure el sol. No com nosaltres dues, que som unes maleïdes ermitanyes XD la veritat és que el contrast està ben trobat i encaixa molt bé amb la situació actual.

    Hi ha alguna raó per a l'elecció dels dos protagonistes humans? M'han caigut bé. Bueno, d'en Roger se n'ha vist menys, però la Margarita literalment sembla la Katara, la mare de tots a la casa hahaha a més, m'ha guanyat el cor al llarg del fic, però especialment per la conversa a la dutxa amb la Gerheade. Ja saps que tinc molta debilitat per una dutxa compartida, encara que en aquest cas sigui amb una amistat pel mig. Normalment dutxar-me és el meu moment més dèbil i vulnerable tan física com mentalment (a més dels bons records que tinc en companyia), se'm pot preguntar de tot i dir de tot quan passa, perquè solc deixar anar els meus pensaments en aquests moments, amb tota la veritat al darrere... així que m'he sentit en moltíssima sintonia amb Gerheade quan es deixa veure com és i li explica els seus temors a la Margarita. Si no hi hagués un final tan chulo com el que has posat, seria la meva escena preferida.

    Una de les coses que no esperava és que Gloxinia fos tan infantil. Si ho has posat així és perquè la sèrie també és más de lo mismo, però estic perdent ràpidament el gust pels personatges i persones amb aquestes característiques. No sé. Em sona que hi havia una explicació del perquè del caràcter de Gloxinia, però no la recordo. Curiosament hi ha moments d'extrema serenitat i altres que pràcticament es torna boig, és una mica bipolar. Algo dels seus poders, era? A més de la possible gelosia, dic.

    L'escena de la confessió és, bueno, no és una sorpresa XD havia de passar. M'ha agradat especialment el tema del contacte front amb front, li ha donat molta intimitat, més que el caràcter de cadascú. Però sens dubte el millor és la dansa. Mira que la odio i odio que em mirin fer la gilipollas d'aquesta manera, i em fot fins i tot vergonya aliena veure a qualsevol persona ballar sigui real o a la tele, però aquests dos ja em tenien el cor guanyat i no sé, amb el poc espai que hi ha en una barana i que ballin junts sembla màgic. Tal com ho descrivies per la posició semblava un vals a la seva manera, probablement l'únic tipus de ball que he tolerat i toleraré a la meva vida (perquè la posició en si mateixa em resulta megarromàntica).

    En fi, aquí no tinc res dissonant que comentar. Només m'agradaria haver llegit el fic amb més calma (sense l'ànsia de finalització, vull dir) i sense mals de cap, perquè aquest ha resultat molt maco. De veritat.

    Fins aviat!
     
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1 replies since 30/3/2020, 05:00   90 views
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