Vivencias de Mare Infinitum

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    Editado del post "Valentía".

    Al final he decidido transformar esto en un espacio personal. Son relatos bien construidos, no son un mero desahogo que se podía hacer en uno de los juegos del foro, así que me pareció que el post original de Valentía podía transformarse en algo más. Especialmente teniendo en cuenta que últimamente están pasando tantas cosas en mi vida. No sé si escribiré mucho o qué, depende de lo que me suceda, pero no va a estar limitado solamente a mi transición. Prefiero poner por escrito aquello que me atenaza por dentro y realmente quiero escribir, y eso abarca más.

    De paso, le pondré una imagen que hice con no recuerdo qué aplicación, donde se muestra mi yo pasado y el yo que tengo en mi cabeza actualmente. Me encantó, sencillamente.

    download20200701024523



    AA_-_Favorito_39



    Valiente



    Durante el primer año intentando conocerme y descubriendo mi verdadera identidad como mujer pasaron muchas cosas. Di clases en abundancia, tuve experiencias como tutora, afiancé lazos de amistad y de familia y el Coronavirus nos encerró.

    En resumen: tuve suerte.

    Cada vez que quería dar un paso, lo daba. Me compré mis primeros vestidos. Contacté con asociaciones. Revelé mi pequeño secreto a mis amigos. Descubrí la única unidad trans del sistema sanitario de mi región, que estaba literalmente a quince minutos andando de mi casa. Me atendieron tan fácilmente y me propusieron las hormonas tan rápido que preferí anteponer mi trabajo de profesora y mi examen de oposiciones a éstas sólo para poder digerirlo. Mi madre, aunque le costó encajarlo y estaba en una situación horrible, mucho peor que la mía, me aceptó y empezó a trabajar conmigo para que fuera feliz.

    No tuve ningún mal encuentro con conocidos. Ninguna amistad se rompió por ese motivo. No tuve problemas con mi trabajo, aunque lo estaba guardando en secreto en ese entonces.

    Recuerdo estar trabajando intensamente en las oposiciones a profesorado, que ya se habían retrasado de junio a septiembre de 2020, y recibir la aceptación de mi padre:

    —Da igual qué aspecto tengas o qué nombre elijas para ti: yo lo que cuento es el interior de las personas y deseo verte feliz siguiendo tu propio camino.

    Había sufrido dos días de nervios porque no sabía encontrar el momento de contarlo, y al final su respuesta había sido tan sencilla, contundente y amable. ¿Qué miedo había tenido? Tenía la suerte de mi lado.

    Cuando empecé a dar mis pasos y a explicarlo a mis amigos, ellos y ellas siempre recalcaban lo valiente que era.

    —No creo que sea valentía —dije a uno de ellos. No recuerdo a quién—. Es sentido común seguir un camino. No tendría que ser valentía poder ser quien quiero ser. No se le llama valiente a una persona que escoge la carrera universitaria que le gusta.

    Me di cuenta entonces de que mi amor propio había crecido intentando ser yo misma, pero en cualquier momento podía soltar un comentario así y arruinarlo. Pero mi pensamiento no tenía que ver solo conmigo.

    ¿Cuántas personas trans estaban siendo rechazadas por sus familias? Abandonadas. Perseguidas. Sin ayuda, sin dinero, sin estudios. ¿Cuántas mujeres trans se ven forzadas a la prostitución por falta de trabajo y aceptación pública, convertidas en un fetiche? ¿Y todas esas personas que pueden salir de tal agujero?

    Esas sí son personas valientes. Son personas que lo han tenido todo en contra y aun así viven, lo cuentan, crecen, lo superan, son felices.

    ¿Y yo? Yo he tenido toda la suerte del mundo. Sin problemas de dinero. Ni de trabajo. Mi mayor problema era la horrible falta de autoestima que tenía y mi dependencia a ciertas personas. Ni siquiera sufro con mucha constancia la disforia de género que persigue a tantas personas transgénero de mi entorno inmediato.

    Fue entonces que noté de nuevo el vacío en mi pecho. Pensaba que el inicio de mi transición me ayudaría y lo llenaría de nuevas ganas de vivir, pero aquello duró muy poco. Me preguntaba qué era lo que necesitaba para ser feliz de verdad y por qué no estaba sucediendo.

    Con un toque de esperanza, me di cuenta de que ese vacío no lo estaba del todo. Como si dos montañas hubieran sufrido avalanchas sobre un valle, un montón de escombros amenazaban con tapar algunas partes de ese pozo sin fondo. Quizás sí tenía fondo. Se llenaba muy lentamente. Ya no me sentía tan vacía.

    Este camino que escogí seguir ya era parte de mí. Y mientras muchas personas pensaban y piensan que es valiente, que la voluntad es tan potente, yo lo veo como es: sólo otro camino a seguir. Algo natural en la vida. Los pasos que doy a los demás les parecen tan poco usuales y fascinantes que se olvidan que es sólo otro camino. Una alternativa.

    Yo sólo busco ser feliz. Sólo busco no sentir una vida vacía como la he sentido durante veinte largos años de mi vida. Sólo busco tapar ese agujero en mi pecho. Siempre he pensado que mis ojos grises azulados reflejan mi personalidad: enfriados, apagados, sin interés, esforzándose por encontrar el verdadero color. Son un mar en un día nublado, privado de la luz solar, movido sólo por la inercia.

    ¿Dónde está la valentía en el hecho seguir viviendo? Deseaba seguir ese camino únicamente para sentirme mejor yo. No tengo más valentía que una persona que lucha contra su depresión. Los más cercanos a mí te dirán las cosas como son: «Siempre he creído que te pasaba algo muy gordo y ahora lo estás descubriendo y dejando salir».

    Eso es todo. La presa ha desbordado. Esa es toda la valentía. No pude aguantar más esa vida anterior que llevaba.

    Edited by Mare Infinitum - 7/1/2021, 13:00
     
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    Pues a raíz de lo que viene a continuación es por lo que he cambiado el post original y lo he puesto algo bonito. Este segundo "capítulo" es más bien un momento de autodescubrimiento que tuve hace tres noches y fue bastante impactante para mí. No dudo de que todo tiene que ver con el examen que haré en dos días, pero quise escribirlo igualmente.

    ALERTA: contenido sexual. Si no estás de humor mejor no lo leas.

    Gracias a Jona por el like al post, espero que te gustara leer mis primeros pensamientos <3

    AA_-_Favorito_41

    Fuego



    Una situación de estrés extremo.

    Una obsesión por una historia corta.

    Un nudo al final del estómago me dejó aturdida ese día. Sentía esa nostalgia de cuando terminas una buena historia y quedas satisfecha pero no sabes qué leer a continuación que mantenga el nivel.

    Y ese era el problema: encontré muchas historias que pretendían ser de tan buena calidad como esa. Iba descartando una tras otra, mientras me sumía en un intenso estado que, a pesar de no ser negativo, se estaba asentando de una forma que me mareaba sin hacerme sentir del todo mal.

    Me levanté varias veces para ir al baño. Para ponerme crema en los labios, también, pues el invierno estaba destruyendo mi labio inferior, y mis nervios tendían a hacer que me arrancara la piel de mi labio.

    El espejo.

    Se cumplía casi un mes desde que había empezado a tomar las hormonas que feminizarían mi cuerpo. Estaba empezando a creer que mi piel tenía un aspecto diferente en el espejo, a pesar de que unos granos bastante grandes decidieran fastidiarme la mejilla derecha.

    Pero no era aquello por lo que he nombrado el espejo. Por primera vez, al verme en el espejo, no me estaba sintiendo ni fría, sin pasión por lo que veía, o contenta por buscar y encontrar mis rasgos femeninos.

    Veía algo extraño. Algo diferente. Estaba en mi mirada. En mi expresión.

    Mis ojos siempre han sido profundos. Enmarcados en sus gafas, daban la sensación de un mar lejano que tiene un día permanentemente nublado en su superficie. El color del agua que está cerca del hielo, quizás.

    Aquellos ojos habían reflejado muchas cosas, generalmente tristes, a lo largo de su vida. Pero aquella era la primera vez que me resultaban extraños. Ligeramente fuera de mi alcance y control. Había algo en ellos… ¿Qué era? ¿Quién era?

    Me fui del baño sin respuestas. Me pregunté qué me estaba pasando. Tal y como me había visto parecía… altanera. Y no estaba segura de si me veía femenina, masculina, o algo sin descifrar.

    Decidí dejarlo estar, a pesar de que mi estómago quería seguir pensando en ello.

    Por fin empecé a encontrar historias que merecían la pena. Las anotaba si las terminaba. La mayoría eran romanticonas y muy bonitas, pero que no acababan de satisfacerme después de que aquella historia, que tardó tantos capítulos en satisfacer mi ansia de ver amor entre los demás, me marcara como el fuego a un animal de granja. Casi como si hubiera convocado a alguna entidad celestial con ese pensamiento, algunas historias más surrealistas y directas aparecieron.

    Eran historias con relaciones sexuales de dominante/sumiso. Aquella historia había sido la primera.

    No era la primera vez que leía alguna. Generalmente no cobraban efecto alguno en mí. Algunas de las seleccionadas eran realmente malas y forzadas. Otras, como aquella historia, fluían con la naturalidad de una persona que está descubriendo que desea algo perverso en su vida. Incluso demasiado perverso.

    Apenas leí un capítulo de cada una de esas historias. No eran aquella historia, con sus descripciones magníficas, su sentimiento en las miradas de los personajes.

    Opté por una historia triste sobre la libertad forzada. Me sentí identificada. Pero al mismo tiempo, mi mente divergía en esas descripciones sobre los ojos y las expresiones de los personajes de aquella historia, y sin querer… lo intentaba imitar.

    Me levanté una vez más para ir al baño. Necesitaba verme en el espejo.

    Lo imité de nuevo. Mirándome.

    Jamás había tenido la autoestima de hacer algo así, ni por asomo. No sentí vergüenza. No sentí la urgencia de apartarme del espejo. No me miré como si no importara lo que había al otro lado.

    Vi mi mirada altiva. Mi dañado labio desplazándose levemente para mostrar unos milímetros de mis dientes. Un rostro serio, quizás atormentado, pero con una determinación imponente siendo disparada por esos ojos azules.

    Había fuego en ellos.

    Y me di cuenta de que no era la primera vez que aparecía. Reconocí mi postura. La misma que cuando leía aquella historia en sus momentos más picantes.

    El momento hipnótico cesó, sacudí mi cabeza llena de pajaritos y me volví a sentar en la silla, aturdida. ¿Qué había sido eso? ¿Quién era esa persona al otro lado del espejo?

    Seguí leyendo aquella historia de la libertad sufrida. A trompicones. Interrumpiéndome con pensamientos sobre qué era lo que deseaba ese reflejo. Recordando aquella historia, buscando en mi memoria quizás ya un tanto modificada las escenas que me habían llevado a esa situación.

    Escribí a mi persona de confianza cuando se trata de sexo. Eran las dos de la madrugada y ella no estaría disponible, a pesar de que en su país anochecía. Escribí igual. Líneas y líneas, una tras otra, intentando descubrir a través de ellas qué pasaba, y con apuro me daba cuenta de lo que era… No fui capaz de decirlo ni por escrito.

    — Siempre deseé ser del tipo serio, fría, pero con su sensualidad, su misterio—le contaba—. Nunca supe qué quería decir eso a pesar de que lo deseaba, porque no sentía nada. Tenía un corazón medio vacío.

    Sin respuesta. Seguí tecleando.

    —… Busco en mis ojos una profundidad y un misterio y lo encuentro. Nunca me había pasado.

    Mis manos temblaban. Las escenas de aquella historia se fusionaban con la mirada en el baño. Estaba suplantando mentalmente a uno de los personajes y me sorprendía y confundía a la vez descubrir que era el que no esperaba.

    Seguí tecleando, casi en modo automático. Aquella relación de la que había sido partícipe como lectora iba de poder y cómo usarlo adecuadamente. Mis ojos…

    Depredaban. Depredaban en busca de ese poder. Efímero, excitante, llameante, reservado a la vez. Mi mente divagó y encontró cierto placer imaginando una situación en la que el poder fuera tan visible como una niebla invernal, embriagador, hipnotizante tanto para quien lo ejerciera como para quien estuviera sometido a él.

    Mi cuerpo se estremeció. No era por el frío que hacía en mi casa.

    Y sentí miedo.

    Nunca había sido así. Mi trabajo de profesora de instituto implicaba ejercer poder y no me sentía cómoda con ello. Tenía que ser una líder, tenía que mostrar autoridad, una cara de póquer cuando era necesario, y odiaba cada segundo de aquel teatro. Yo quería sonreír, enseñar, agradecer a mis estudiantes su atención y el mínimo entusiasmo que mostraran, y enfadarme cuando tenía que enfadarme, y nada más.

    ¿Por qué deseaba poder entonces? Ni siquiera en mis relaciones lo quería tener. ¿Qué estaba descubriendo?

    Azorada, acobardada, mi cuerpo en efervescencia… Decidí apagar el ordenador e irme a dormir. Necesitaba dormir, que el cerebro, la nostalgia y la presión en mi estómago se apagaran.

    Me dormí enseguida.

    * * *


    Nueve horas después echaba un ojo al móvil. No tenía ni idea de qué había soñado, pero no había sido ni bueno ni malo. Por eso no lo recordaba.

    Mi confidente me había respondido, pero el lenguaje de las dos de la madrugada llena de acertijos no había calado en ella. No había sabido ser directa.

    La presión en el estómago volvió. Era como nada que hubiera sentido antes. No era del todo malo. Era el sobrecogimiento de algo impactante y nuevo.

    Por suerte, mi mente ya no seguía el camino de anoche. Se alejaba. El deseo se esfumaba por momentos. Mi reflejo misterioso y depredador ya no estaba en ese espejo.

    Fui más directa con mi amiga:

    —… Quería dominar a alguien.

    Ella entendió, sin reaccionar de aquella exagerada y tan graciosa manera que tenía. Calmó mis nervios. Aseguró que era parte de mi nuevo yo, de mi autodescubrimiento.

    Pero para ese instante, con la cabeza más clara, me preguntaba: ¿lo quería? Más concretamente me preguntaba de qué lado lo quería. ¿Ostentar el poder? ¿Dejar que lo ostentaran por mí y obedecer? Aquella historia había mostrado un deseo tan fidedigno por parte de las dos personas que no tenía del todo claro cuál de ellas me había calado más.

    Intenté usar la lógica: me había sentido bien, a pesar del miedo, sintiéndome vulnerable, totalmente a merced de otra persona, en el pasado. Me había excitado sentirme así. Pero aquello quedaba muy atrás ya, y ya no era la misma persona. Quizás me seguiría gustando, pero tenía que añadir otra pieza en el puzle. Tampoco podía ponerme a prueba.

    No fui capaz de escribirlo todo ese día, tal y como le dije a mi amiga que haría. En su lugar, lo compartí con otra de mis amigas, que también lo entendía bastante bien.

    Intenté leer de nuevo, quizás buscando inspiración para encontrar palabras. En vez de eso, mi mente me brindó otra idea, un pequeño relato sobre esto mismo, sobre el poder. Con eso me contenté.

    El momento adecuado para escribir llegaría. Igual que aquellos ojos en el espejo se habían desvanecido, podían volver. Y la inspiración también.

    El fuego ardería en silencio y escondido, esperando el momento de causar un incendio.

    AA_-_Favorito_42


    Y eso es todo. Voy a dejar el link de la historia en cuestión. Es una historia de 4 partes inacabada, 20 capítulos de cierta longitud. Existe una versión distinta en fanfiction.net pero no me he molestado, con esta de Ao3 me sentí satisfecha.
    https://archiveofourown.org/series/1697854
     
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    Después de mucho tiempo, creo que me ha apetecido mucho llevar una reflexión al siguiente nivel. Las cosas han cambiado. Yo he cambiado.


    Fuego II



    Fuego…

    Han pasado varios meses desde aquella estresante semana en la que descubrí tanto de mí. Las cosas que dije, las cosas que pensé, quedaron eclipsadas por mis sentimientos y por mi estrés.

    El día en el que me encontré jugueteando con el poder en mi mente no ha vuelto a aparecer. No de la misma manera. Aquella mirada de fuego tan especial no ha vuelto.

    Han cambiado tantas cosas… Llevo cuatro meses y medio en hormonas. Entonces apenas llevaba uno. Mi cuerpo ya no es el mismo. Creía que notaría los cambios más espaciados en el tiempo, pero no es así. Si lo miramos de forma graciosa, mi cuerpo ahora tiene un poco de todo.

    En este tiempo mi sexualidad también ha dado un giro brusco. Todo en lo que se revuelve la experiencia de un hombre cisgénero, la experiencia que yo tenía, se ha esfumado. Mi cuerpo reacciona muy poco a los estímulos habituales… en su mejor día. Lo que era habitual ahora es mucho más lento y hasta doloroso; antes, durante, después. Todo tiene un componente malo que hace que me desgaje de la normatividad del sexo, a pesar de que el resultado sea mucho mejor. Simplemente es demasiado.

    El fuego sigue en mi mente. Ese día, esa historia, todo cambió mi percepción.

    He conocido a alguien especial. A cada paso que damos, cada una por su lado, es un paso más a la seguridad propia, a la autoestima, a la curación de años de abusos y depresión. Hacía muchos años que no sentía esta comodidad, ese cuidado, ese cariño, esa comprensión.

    Siempre se cuenta que uno de los grandes pilares de cualquier relación es la confianza. ¿Cuánta estás dispuesta a poner en manos de esa persona? ¿Serías siquiera capaz?

    Cuando en enero descubrí aquella historia no acababa de entender qué era, incluso después de tanto tiempo metida en relaciones. El BDSM es un mundo incomprendido y yo solo estaba empezando.

    Esto no va a convertirse en nada explícito, qué ganas siendo que mi cuerpo se siente tan distinto y apagado.

    Pero mientras conocía esta chica, conocía también sus deseos. Sus historias reflejaban muchos de ellos. Y me interesaban. Y empezamos a hablarlo. Y se fueron sucediendo.

    El fuego resurgió, pero esta vez entendía lo que sucedía. El placer que yo encontré y encuentro no es el habitual. No hay un objetivo físico, especialmente con este cuerpo. Es la misma excitación, cosa que solo desde las hormonas siento, con alguna excepción. Una explosión en el pecho que te deja sin aliento. Es un mundo completamente distinto.

    Pero para canalizar este fuego correctamente tienes que estar en completo control de la situación. Ambas debemos estarlo. Y es aquí donde la confianza total entra en juego.

    Da igual lo que hagas en este mundillo de placer tan especial. Cada vez que das una orden, cada vez que sientes un nuevo nudo en tu cuerpo, cada vez que cedes o haces ceder un poco más de ese control tienes que saber en todo momento controlar ese fuego. Late en tu pecho deseando el siguiente paso, pero hay que jugar seguro. Conocer tus vías de escape, una forma de parar, una forma de encontrar la calma de nuevo.

    Para que una persona decida rendirse toda ella a otra persona a los niveles más primitivos, la confianza debe ser irrompible. Dejar todo de ti a otra persona significa que, en el fondo, eres tú quien tiene el control de todo.

    Este es el poder que se había entremezclado en mi cabeza con otras ideas aquella noche de enero. No lo entendía entonces. El fuego apareció sin ser entendido y necesitaba ser comprendido. Eso estoy haciendo.

    Ahora el fuego ya no abruma. Libera.
     
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