10° Reto Literario "Warm Winter"//Nanatsu No Taizai//Llórame

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    Antes de que acabe el plazo del reto en España, me decidí a hacer un pequeño fanfic de Nanatsu No Taizai. Aún me quedaba algo de tiempo para escribir algo, así que bueno, estuve o entre Elizabeth y Meliodas, o Gloxinia y Gerheade. Al final me decanté por la primera pareja, porque se me haría más fácil escribir algo de ellos y la imagen de la portada vino como anillo al dedo. ¡Espero que os guste!

    Disclaimer: Los personajes de Nanatsu No Taizai no me pertenecen a mí sino a Nakaba Suzuki. La imagen que he usado como portada le pertenece a Cika, más abajo os dejo su página para que tengáis a mano sus obras dentro de un spoiler.

    Pareja: Elizabeth Liones x Meliodas.
    Caricatura/serie/cómic/etc: Nanatsu No Taizai.
    Géneros: Fluff, Romance.
    Palabras: 4006 (10 páginas).
    Clasificación: +16.
    Advertencias: Ninguna.

    Resumen: Los Siete Pecados Capitales disfrutaban de una pequeña calma después de los últimos sucesos relacionados con los Diez Mandamientos. Sin embargo, con el paso de los días, Elizabeth nota que el comportamiento de Meliodas es diferente, y muy inusual para cómo solía ser él. Tratando de ayudarle, Elizabeth parece encontrar una manera más efectiva de lograrlo y hacer así que Meliodas deje de reprimirse.

    Nota: El fanfic transcurre después de que los Diez Mandamientos asesinaran a Meliodas y éste acabara yendo al purgatorio, regresando sin sus emociones por la gracia del Rey Demonio, su padre.



    LLorame



    Llórame



    - ¿Te duele mucho, Meliodas? – El chico negó con la cabeza, sin muchas intenciones de hablar. - ¿Estás seguro? – Pero Elizabeth no se convencía.

    Habían logrado salir de un buen apuro tras tocarles las narices a un grupo de bandidos después de alejarse de los demás. Tampoco era nada raro cuando ellos, como los Siete Pecados Capitales, eran unos imanes que atraían los problemas. Que se lo dijeran a Ban, que era un buen experto en la materia. La suerte les sonrió cuando pudieron salir airosos de aquello y regresar, aunque a Elizabeth le apenaba que Meliodas saliera siempre herido.

    Ella se esmeraba por hacerle sentir mejor, pero eso últimamente se había convertido en un desafío. La situación no era buena para ellos con la presencia de los Diez Mandamientos pululando a sus anchas por ahí. Pero desde que asesinaron a Meliodas y éste regresó del purgatorio… las cosas con él habían cambiado. Elizabeth lo notaba. El muchacho alegre, estúpido e impertinente que conoció como que se había vuelto una sombra de lo que fue antes.

    En silencio, Elizabeth contemplaba a Meliodas. Miraba el suelo, con la mirada tan perdida como probablemente lo estarían sus pensamientos. No había un deje de esa alegría que una vez caracterizó esos ojos verdes. Elizabeth sentía que algo se le pasaba por alto y la impotencia anidaba en su corazón por no poder hacer nada al respecto. No cuando Meliodas estaba tan evasivo. Su comportamiento era muy inusual.

    - Meliodas. – Llamó suavemente al joven de quien sostuvo su rostro con sus manos para que él la mirara. – Si te ocurre algo… puedes contar conmigo. Lo sabes, ¿verdad?

    Pero no hubo respuesta. No esta vez. Meliodas la observaba, pero es como si su mente no estuviera ahí. Verle tan inexpresivo era doloroso para Elizabeth. Es como si su esfuerzo no sirviera para nada. ¿Qué había pasado con su amado Meliodas? ¿Qué le habían hecho?

    - Elizabeth… - Reaccionó la dueña del cabello blanco cuando escuchó al rubio. – Gracias.

    Meliodas apartó sus manos, la miró unos instantes y luego se puso de pie y se marchó del salón donde solían atender a los clientes. Elizabeth puso su mano en su pecho y pronto sus ojos azules mostraron tristeza. No le gustaba esta situación. Miró por la puerta de entrada al bar que yacía vacío. Ban estaba fuera con Elaine, y probablemente King y Diane se habrían entretenido con cualquier cosa. Esos dos pasaban mucho tiempo juntos últimamente. Pero, ¿Y Merlín?

    - Elizabeth-chan.
    - Ah, Hawk. – Sonrió al verlo aparecer por la cocina. - ¿Estabas ahí?
    - Soy el Capitán de las Sobras. – Dejó salir humo de sus fosas nasales, chorreando orgullo como el buen cerdo que era, literalmente. - ¿Y tú? Pensaba que estabas curando las heridas del idiota de Meliodas.
    - Sí, bueno – se encogió de hombros y puso su mano derecha sobre el brazo izquierdo, buscando seguridad en sí misma. – Terminé antes de que vinieras. No te preocupes, Hawk. Meliodas estará bien, no son heridas serias.
    - Ya lo sé. Es un completo idiota, pero sabe luchar bien. Claro que nunca me superará. – Sonrió todo confiado. Elizabeth contuvo una risilla.

    Esos comentarios eran muy típicos de Hawk. Para ser un cerdito parlante tenía mucha autoestima. Era sin duda alguien singular. Si es que en el grupo de Meliodas no podía haber gente normal.

    - ¿Y a dónde se ha ido?
    - Me parece que tenía sueño, así que estará durmiendo.
    - Huh, eso es rarísimo.
    - ¿El qué es raro? – Intervino una voz.

    Ambos se giraron y vieron la puerta del bar abierta. Se trataba de Ban que venía acompañado de Elaine, su eterna hada loli. Él les observaba un poco desconcertado por haber oído a Hawk, así que, como era lógico, buscaba respuestas a su modo pasota.

    - Hablábamos de Meliodas, Ban. – Contestó el cerdo. – Lleva unos días que está muy raro.
    - ¿Raro? ¿En qué sentido? – Preguntó mientras Elizabeth sentía los ojos dorados de Elaine sobre ella. ¡Qué incómodo!
    - ¿En serio no lo has notado, Ban?
    - Es el capitán después de todo. No veo que esté raro.
    - Pero Ban… - Elizabeth puso mala cara.
    - No os tenéis que preocupar tanto. No es la primera vez que él está así. Dadle su tiempo. Ya veréis como después volverá a ser el mismo capullo molesto de siempre.

    Justo en esos momentos Elizabeth se dio cuenta de que perdió su oportunidad para intentar encontrar posibles causas que estuvieran provocando el comportamiento actual del Pecado de la Ira. Su propia inseguridad logró controlarla y hacerla callar. Ella deseaba ayudar a Meliodas, pero, ¿Y si Ban estaba en lo cierto? ¿y si simplemente tenían que dejar a Meliodas más a su aire? ¿Eso serviría de algo? Elizabeth creyó que al menos debía intentarlo. Quién sabe… puede que de ese modo evitara agobiar al muchacho.

    El estómago de Elaine sonó y ella se puso roja como un tomate, sobre todo con las burlas de Ban quien al final se fue a hacer la comida como el buen chef que era. Básicamente era el único que sabía cocinar algo delicioso en el bar. A Merlín le dio por aparecer de la nada gracias a su magia y se sentó en la primera mesa que pilló después de que Hawk la saludara todo contento. Elizabeth aprovechó y se puso a su lado. Elaine se había quedado en la barra, más cerca de la cocina donde se encontraba Ban.

    - Pareces preocupada. – Comentó Merlín en voz baja, mientras el resto de los presentes se entretenía e iba a lo suyo. Ya se oía a Hawk protestar por ahí en el fondo. A saber por qué. - ¿Quieres hablar de ello?

    Elizabeth la miró y luego bajó la cabeza. Apoyó su mejilla en el dorso de la mano con el codo en la mesa, echando un pesado suspiro que mostró su tristeza. Merlín esperó pacientemente, dándole tiempo a la dueña del cabello blanco. Ella era más de observar y analizar en silencio.

    - Merlín – Elizabeth pareció decidirse. – Dime una cosa. Tú… ¿has notado diferente a Meliodas?
    - ¿Diferente? – Elizabeth asintió. - ¿Diferente cómo?
    - No es el mismo de siempre. No es tan… alegre como antes. Ni siquiera se me acerca para hacerme sentir incómoda con sus manoseos, ya sabes. – Se puso roja al recordar esos bochornosos momentos.
    - Hm… - Merlín llevó su mano al mentón.
    - No parece ni tener ganas de hablar – Elizabeth volvió a ponerse la mano al pecho. – Me duele verle así. ¿Y si le ha pasado algo cuando no estaba? Ya me entiendes…
    - Puede que la causa sea lo que le haya podido pasar en el purgatorio.
    - ¿Eh? ¿En el… purgatorio? – Un desagradable escalofrío recorrió su espina dorsal.
    - Sí. Las almas que van al purgatorio reciben algún tipo de castigo. Es un sitio infernal donde sólo hay sufrimiento, por decirlo de una forma sencilla. Sirve de escarmiento y condena para los que terminan encontrando un destino así.
    - Entonces… ¿Meliodas estuvo allí?
    - Es probable.

    Elizabeth contempló el rostro de Merlín. Sintió que ella le ocultaba algo relacionado con Meliodas, pero al menos le daba pistas. Odiaba ir a ciegas cuando se trataba de ayudar a alguien, y más cuando ese alguien era un ser querido como lo era Meliodas para ella. Elizabeth imaginó cómo debió pasarlo el rubio en un lugar como el que Merlín acababa de describirle. Le dio miedo nada más pensar cómo pudo sentirse Meliodas. Tuvo claro que debía de hacer alguna cosa al respecto.

    El grupo se reunió llegada la hora de comer. Incluso Meliodas lo hizo. Elizabeth estuvo bastante pendiente de él, igual que Merlín, sólo que esta última se hacía más la despistada. Las conversaciones saltaban de un tema a otro, e incluso cuando querían organizarse para tener un plan contra los Diez Mandamientos. Meliodas casi no habló, argumentando únicamente que no tenía ni idea de lo que haría. En parte se notaba que estaba medio dormido después de haber descansado antes. A Elizabeth le daba gracia ver esos ojos llenos de sueño todavía.

    Ban animó el ambiente gracias a sus comentarios, y a que solía dedicarse a avergonzar a Elaine que le daba alguna que otra bofetada bien merecida. A King se le notaba el cabreo debido a su sentido de la protección hacia su hermana. Diane por fin estaba con ellos en un tamaño decente para humanos, gracias a la magia de Merlín. Desde luego King lucía encantado, aunque él nunca tuvo problema con que Diane fuera una gigante. A pesar de la atmósfera tan agradable, Elizabeth se percató de que Meliodas lucía ausente, como antes cuando trató sus heridas. Eso la entristeció.

    Como era habitual, después de cada comida, el grupo se dispersó. El bar volvió a quedarse vacío salvo por los clientes que vinieron, que fueron unos poquitos y tampoco se estuvieron mucho rato. Meliodas se quedó sentado en la barra aprovechando la soledad de su establecimiento. Estaba apoyado, con los ojos que se le cerraban solos. Elizabeth se fue acercando, sentándose delante de él.

    - ¿Aún tienes sueño? – Preguntó en voz baja. Meliodas la miró y se encogió de hombros. – Si quieres… puedo hacerte compañía.
    - Como quieras…

    Elizabeth sonrió y acercó su mano para acariciar aquel cabello rubio aprovechando que su dueño había cerrado los ojos, sin quedarse dormido… todavía. Elizabeth le miraba, pensando que sus caricias tal vez ayudaban a que Meliodas se relajara mejor. En estos últimos días el pobre no dormía muy bien por las noches. Él trataba de fingir que todo estaba bien, pero, evidentemente, sólo se engañaba a sí mismo. Resultaba obvio que no era así, al menos en su interior. Pero sólo insistía en su empeño para no preocupar a sus compañeros.

    En algún punto acabó durmiéndose. Elizabeth siguió en silencio, tocando una de las manos del muchacho. Meliodas siempre tenía unas manos muy cálidas dada la cantidad de corazones que poseía. Su cuerpo era como un pequeño sol para ella. Le encantaba sentir el calor de esa suave piel. Pero pensar en eso la avergonzó. Suspiró y depositó un beso en la cabeza de Meliodas antes de dirigirse al baño, entrando a la sala previa, el vestidor, para dejar la ropa allí. Desnuda frente al espejo se contempló a sí misma. Su piel era mucho menos morena que la de Meliodas, y era más alta que él, bastante más alta. Meliodas era un tapón, y eso siempre engañaba a sus enemigos. Puede que lo que más le gustaba de su cuerpo fueran las curvas que daban a su cuerpo esa figura femenina tan característica. ¿Qué opinaría su amado Meliodas de ella?

    Una vez debajo de la ducha, dejó que el agua caliente la mojara por completo. Ella también necesitaba relajarse después de todo lo que le había pasado. Todavía se acordaba de cómo los Diez Mandamientos acorralaron a Meliodas y acabaron por asesinarlo. Acordarse de cuando encontró el cuerpo de Meliodas en tan lastimosa condición era un enorme dolor en su corazón. Aquellas armas atravesando su cuerpo, un cuerpo lleno de heridas serias y sangre por todos lados. Era un sentimiento insoportable.

    Sus lágrimas se mezclaron con el agua que caía sobre ella. Elizabeth puso sus manos sobre su pecho, aunque luego cubrió su boca con la derecha para evitar que sus sollozos pudieran escucharse. Daba igual que Meliodas hubiera vuelto del purgatorio. Esos recuerdos que ella tenía eran terribles. No supo si sería capaz de perdonar a los Diez Mandamientos por lo que le hicieron a Meliodas. Para ella era muy evidente que Meliodas tampoco lo estaba pasando bien. Era probable que aquello le hubiera afectado también.

    Y entonces se dio cuenta de que ese era realmente el problema. Meliodas se reprimía. Y nunca pasaba nada bueno cuando él hacía eso. Sus emociones acababan estallándole en la cara y provocando que perdiera el control, desatando sus poderes demoníacos.

    Saliendo de la ducha, Elizabeth pensaba en ello. Secaba su cuerpo con una toalla, antes de cubrirse. Sin embargo, se quedó paralizada cuando iba a salir. La puerta se abrió antes de que ella siquiera la tocara. De la impresión, la toalla dejó de tapar su cuerpo mientras sus ojos se topaban con unos verdes. Era Meliodas, que se puso rojo como un tomate y se dio la vuelta.

    - Pe- perdona. No sabía que estabas dentro. – Fue lo que le dijo. Él se dispuso a alejarse, pero una mano no se lo permitió. Elizabeth sujetó su muñeca a tiempo.
    - Espera, por favor. No es… no es necesario que te marches.
    - ¿Qué estás…? No digas ton…

    Meliodas se calló cuando notó cómo Elizabeth le abrazaba por la espalda, rodeando su pecho como con la intención de convertirle en su prisionero. El rubio se puso ligeramente tenso por los nervios; entrecerró la mirada cuando Elizabeth se aferró más a él para no dejarle escapar. Meliodas permaneció tan quieto como una estatua, intentando no recordarse a sí mismo que la mujer de su vida estaba desnuda delante de él. De todas maneras, su cara no dejó de estar roja en ningún momento.

    - ¿Puedes ducharte conmigo? – Susurraba Elizabeth. No es como si hiciera esto todos los días, pero tenía un plan en mente.
    - Eso… ¿eso es lo que quieres?
    - Sí. ¿Te molesta mucho?
    - No. No bueno… - Bajó la cabeza. – No quiero que te sientas incómoda por mi culpa.

    Elizabeth sonrió. No soltó a Meliodas. Aprovechó el gesto que éste había hecho, y se acercó a él para depositar un dulce beso en su cuello. Notó que en ese mismo instante Meliodas se sobresaltaba por la impresión.

    - Me siento bien a tu lado. No te preocupes. – La escuchó. – Sólo me gustaría ducharme contigo.
    - Vale… como quieras.

    La poca resistencia que ofrecía Meliodas aliviaba a Elizabeth. Ella entendía que el rubio estuviera un poco tenso dada la situación a la que le acababa de arrastrar. Por eso estuvo atenta a medida que fue quitándole la ropa. Sería la primera vez que los dos fueran a compartir algo tan… íntimo. Pero Elizabeth creía con todo su corazón que esta sería una buena manera de ayudar a Meliodas. Él siempre acababa abriéndose a ella. Por eso no dudaba en que esta vez no fuera a ser la excepción. Puede que con palabras no lo dijera de una forma directa, pero Elizabeth sabía que Meliodas confiaba en ella.

    Él evadió todo contacto visual, pero a Elizabeth le dio gracia cuando le pidió girarse. Ser testigo de cómo el gran Meliodas estaba avergonzado era simplemente genial. Ese sonrojo en la cara le quedaba genial. Le hacía ver adorable, sobre todo cuando el propio Meliodas se sentía tan observado por ella. No le importó siquiera su desnudez. Estaba más cohibido por el hecho de que fuera ella, Elizabeth Liones.

    - Ven, dame tu mano. – Pidió Elizabeth con una sonrisa. Meliodas le hizo caso, sin decir nada.

    Se dejó guiar hasta la ducha. Cerró sus ojos en cuanto el agua le mojó entero. Percibía a Elizabeth detrás, tocando su espalda para enjabonar su cuerpo. Un suspiro tembloroso se liberó de su boca cuando las manos de ella masajearon su cuello, sintiendo como una especie de electricidad recorriéndole. Fue agradable. Elizabeth sonrió al ver que el rubio dejaba a un lado sus pensamientos y se centraba en relajarse gracias a ella. La piel del muchacho seguía caliente, y Elizabeth disfrutaba de tocarla con esa libertad. Le hacía feliz el hecho de que Meliodas no la estuviera rechazando.

    Él se dejaba hacer, todavía con los ojos cerrados. Sintió las manos de Elizabeth en su cabeza, limpiando su cabello o… más bien entreteniéndose con él con diversos peinados que le hacía gracias a la espuma.

    - Con el pelo así hacia atrás y con el jabón, pareces un angelito. – Comentaba Elizabeth con gracia. - ¿Qué opinas tú, Meliodas? – Se asomó para ver su rostro. El pobrecillo miró a otra parte. - ¿Todavía tienes vergüenza?
    - ¿Y tú no?
    - La verdad no. Pensé que… estaría como tú, pero… me siento muy bien. – Sonreía. – A ver, mírame. – Sujetó su rostro.
    - Elizabeth – protestó el rubio.
    - Va, venga. Quiero verte la cara.
    - Para, Elizabeth.
    - Si no cuesta nada. Va, hazlo por mí.

    Meliodas acabó resoplando, dejando que Elizabeth hiciera lo que quisiera. La miró a los ojos mientras quiso que la tierra le tragara ahí mismo por ser observado por el amor de su vida. Elizabeth se rio, algo que no mejoró su estado de ánimo. Así que, Meliodas volvió a desviar la vista. Sin embargo, el abrazo del oso amoroso (o en este caso, osa amorosa) de Elizabeth le pilló desprevenido. Su cara terminó de enrojecer. Su sangre se aceleró por el contacto físico que había establecido Elizabeth.

    Ella también se había sonrojado, pero no por la misma vergüenza que la de Meliodas. Pese a que era más alta que él, le encantaba envolverle entre sus brazos. Sentir ese cuerpo caliente junto al suyo no tenía precio. Y no se resistió más a su deseo de abrazarle ahora que estaban desnudos. La sensación era mucho mayor.

    - Te quiero mucho, Meliodas. – Le dijo en voz baja. Pero repentinamente, sintió cómo el chico temblaba. - ¿Meliodas? – Le llamó, preocupada. - ¿Qué pasa? – Preguntó cuando, al separarse de él, le vio bajar la cabeza. Meliodas movió la cabeza para negar que le ocurría algo, pero era obvio que no era así. – Meliodas, por favor, no es necesario que te reprimas. – Elizabeth puso sus manos cerca de los oídos del rubio, besando su cabeza. – Puedes contarme lo que sea, de veras.
    - Es que… es que yo… - Sollozaba. – No quiero volver… al purgatorio. No quiero que… aquello vuelva a pasar. No quiero volver a ser… el demonio que fui antes.

    Elizabeth se acordó de nuevo de aquello que tanto dolor traía a su corazón. Recordó cómo los Diez Mandamientos separaron a Meliodas de ella al causarle la muerte. El cómo se lo encontró después de aquella forma: lleno de heridas serias y con todas esas espadas atravesándole. Eso volvió a hacerla llorar.

    Movió sus manos para alzar el rostro de Meliodas y juntar su frente con la de él.

    - Lo siento mucho, Elizabeth…
    - No pasa nada. Llórame todo lo que necesites. No me apartaré de tu lado. – Le dijo para calmarle. – Llórame y no te reprimas. Así te sentirás mejor.

    Al final terminó abrazándole, dejando que Meliodas se refugiara en su pecho, ocultando parte de su rostro cerca de su clavícula derecha. El agua continuó cayendo sobre ellos, apagando los sollozos de Meliodas, quien al final se fue tranquilizando, gracias muy en parte a los mimos de Elizabeth. Ella no dejó de abrazarle, acariciar su espalda y besar su cabeza. Meliodas no reprimió su llanto, y se permitió llorar entre los brazos de la mujer que le mantendría a salvo tanto a él como a su vulnerabilidad.

    Cuando pudo calmarse, Elizabeth cerró el agua. Automáticamente el silencio gobernó el baño. Meliodas no se apartó y, por supuesto, Elizabeth tampoco tuvo intenciones de separarse. Los dos estaban cómodos y se sentían mejor en ese abrazo. Pero el tiempo avanzaba y comenzaban a pillar frío así que no les quedó más remedio que salir.

    - Meliodas, ¿me dejas secarte? – Pedía Elizabeth con una sonrisa.
    - Huh, sí, claro. – Respondió, oyendo la risilla de la muchacha. - ¿Qué?
    - Otra vez has puesto la cara adorable de antes. – Dijo, haciendo que Meliodas mirase a otra parte.
    - Jolines…
    - ¡Pero si no tiene nada de malo! De hecho, te queda genial poner esa carita.

    Meliodas suspiró mientras Elizabeth ponía una toalla sobre su cabeza y le secaba el cabello, mirándole de vez en cuando. Si hasta le dio un beso que él no rechazó. Se estaba dejando llevar mucho por su iniciativa y por la ternura con la que Elizabeth le trataba.

    - ¿Qué sucede? – Preguntaba Meliodas al ver que Elizabeth apartaba su cabello e intentaba hacer algo con la toalla.
    - No llego a la espalda.
    - Dame, yo te ayudo.
    - Vale.

    La verdad es que no tuvieron prisa alguna. Tampoco vinieron a molestarles. De vez en cuando oían parlotear a Hawk, o las exageradas risas de Ban y las protestas de Elaine. Algo estarían haciendo ese par. Ellos fueron vistiéndose, aunque a Meliodas le dio por bostezar.

    - ¿Aún tienes sueño? – Se sorprendió Elizabeth.
    - Habrá sido cosa de la ducha… a veces me pasa.
    - Bueno, no te preocupes. Descansa un poco si quieres. Iré a ver qué están haciendo los demás.
    - Nada bueno, eso seguro.

    Elizabeth se rio.

    Los dos abandonaron el baño, yendo por direcciones distintas. Meliodas casi se tropezaba con los escalones. Se estaba cayendo del sueño. Tardó poco en cambiarse de ropa para estar más cómodo y tumbarse. Por su lado, Elizabeth apareció por el salón. Había unos cuantos clientes, de los que King y Diane se estaban encargando. Elaine le sonrió, como sabiendo lo que había pasado entre Meliodas y ella. Eso provocó que la joven se acordara de que Elaine podía ver la mente de las personas, y leer los pensamientos como la buena hada que era. Merlín volvía a estar ausente, nada raro en ella.

    - Elizabeth – se acercaba Diane - ¿No has visto al capitán?
    - Sí, justo subía a su cuarto. El pobre tiene mucho sueño.
    - Ese vago no hace más que dormirse por las esquinas – protestó King.
    - Mira quien habla, el Pecado de la Pereza. – Aparecía Ban por la cocina, burlándose.
    - ¡Tú a callar, imbécil!
    - Buaja, ja, ja, ja. Míralo, cómo se pica el tío.
    - Mira que te gusta hacerlo enfadar, Ban. – Resoplaba Elaine.
    - Bueno, todos tenemos nuestros gustos. Hay a quienes les gustan otra cosa, ¿verdad? – Puso cara de pícaro mientras miraba al hada que enrojeció hasta las orejas.
    - Ban, te convendría callarte un poquito.
    - Oh, venga ya. ¿Por qué te pones así?
    - Porque me están entrando ganas de tirarte por la ventana.
    - Buah, me has hecho cosas peores.

    Elaine comenzó a quejarse, aunque fue arrastrada por las bromas de Ban y los dos acabaron en puras risas. Elizabeth aún no sabía cómo se lo montaba el tío, el caso es que había evitado él solito que el buen ambiente se echara a perder. Más aliviada, decidió dejarles a su aire.

    El interior del bar, que ya pasaba a ser más una vivienda, todo estaba en silencio. Elizabeth optó por permanecer callada, no sabiendo si Meliodas estaría descansando. Lo encontró en la cama de su cuarto, tumbado. Cerrando tras de sí, se fue acercando. El rubio respiraba con calma. Parecía que realmente se había dormido. Elizabeth sonrió y decidió hacerle compañía. Lo bueno de Meliodas es que, como era bajito, ocupaba poco espacio así que ella logró tumbarse a su lado. Lo hizo con cuidado, temiendo despertarle.

    Observó al rubio, y con delicadeza le abrazó por la espalda.

    - Elizabeth… hola.
    - Perdona, ¿te he despertado?
    - No, pero estaba a punto de dormirme…
    - Lo siento.
    - Tranquila. – Meliodas se giró, mostrándole una pequeña sonrisa. – Gracias por venir, estaba empezando a tener frío.
    - ¿En serio? En ese caso…

    Elizabeth alzó las sábanas para cubrirse ella y también a Meliodas, al que obligó a acercarse a ella para abrazarle todavía más. Él no se resistió, sólo tuvo la sensación de que se quedaría sin aire.

    - Dormiré contigo. Así no tendrás frío. – Le dijo ella, mirándole.
    - Es una buena idea. – Meliodas bostezó, cerrando los ojos. – Por cierto… Elizabeth.
    - ¿Sí? Dime.
    - Yo también te quiero. No sabes cuánto.

    Ella se sonrojó, pero sonrió, asintiendo con la cabeza. Depositó un suave beso en la frente, viendo que al final, Meliodas acabó por dormirse de verdad. Ella no se apartó de su lado, y continuó rodeando su pequeño cuerpo. Cuidaría de su sueño hasta que se despertara.

    FIN



    Edited by Silence Voice - 3/2/2021, 22:58
     
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    Buenas! Com et deia, això em prendria res i menys de llegir haha un viatge de tren i finiquitao, oye. I mira que aquesta serie a més de no coneixerla gaire no em fa especial ilusió XD ja saps, al final una s'ho pren com un fic original y pasando.

    La veritat és que no tinc gran cosa a dir, sense conèixer massa el mundillo, però imagina la meva cara mentre estava en el tren quan veig que aquests es comencen a dutxar-se junts i jo com "puta envidia nene". Ja saps que aquesta particular situació me puede haha

    D'altra banda, collons, Meliodas donava pena eh? Era un fantasma pobret. El trauma era potent. Em recorda una mica a l'estil dels fics hurt/confort, en el que un cuida d'un altre per necessitat i per amor (o que desenvolupa amor cuidantse).

    Com sempre la majoria d'escenes amb més gent es com "qué estoy leyendo" XD perquè no conec a ningú, així que em figuro que està bé. Tinc curiositat per la fada aquesta, em sembla mona de personalitat haha

    En fi, crec que fins aquí. Estic enormement desinspirada pels reviews i estic aprofitant un descans entre classes, però no sé si tindré molt més temps aquests dies. Fins aviat!
     
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1 replies since 25/1/2021, 01:11   128 views
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